El poeta navarro Alfredo Rodríguez (Pamplona, 1969) acaba de publicar un volumen de entrevistas, recopiladas por él, sobre Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946), a quien conoció en Ibiza en el verano de 2008. La obra de Colinas es la de un poeta independiente, aun dentro de los novísimos, pues, a no tardar, su obra emprendería un camino de búsqueda personal.

En el prólogo titulado «El alma sosegada», que firma el compilador, se intenta justificar la oportunidad de este libro de entrevistas, si bien aprovecha las líneas introductorias para expresar su admiración hacia la persona y la obra del autor de Sepulcro en Tarquinia, quien entiende que la poesía corre paralela a su vida, por lo que fue edificando sobre ella todo un itinerario de conocimiento espiritual, un viaje interior que atesora el sentido de la revelación y de la existencia humana.

La primera parte del volumen, la más extensa y dilatada, comprende las entrevistas realizadas al poeta leonés entre los años 1995 y 2016, ambos inclusive, un trabajo «titánico», como el mismo recopilador califica en su prólogo a la tarea que se impuso de rescatar de periódicos y revistas, en ocasiones de muy difícil localización, transcripciones realizadas de entrevistas en programas de radio y de televisión, así como de internet; los textos que se integran en este volumen y que contribuyen a esclarecer, de forma definitiva, los entresijos y motivaciones de la obra de Colinas. A mi juicio, no desmerece al conjunto del volumen la reiteración de conceptos formulados, pues la insistencia en unas determinadas cuestiones sirve para profundizar en ellas y resaltar su importancia en un autor que ha cultivado, además de la poesía, la traducción, el ensayo, la narrativa y la crítica literaria. Sabemos así que Colinas considera a Vicente Aleixandre y a María Zambrano como a sus dos grandes maestros, a quienes conoció y trató personalmente, que su obra tiene una indudable vocación mediterránea (estancias en Italia, Ibiza y Salamanca), que su búsqueda de la armonía y el conocimiento interior le ha llevado a acercarse a la filosofía y a las religiones orientales, sus reflexiones sobre la palabra poética, el sentido de la vida y los valores espirituales, que ayudan al ser humano a encontrarse consigo mismo y a ubicarse como parte del universo. Colinas es poeta que no desdeña la tradición, sino que acude a ella y la respeta, renovándola y aportándole originalidad. La poesía representa para él una especie de salvoconducto para conducirse por el camino de la vida. Conoce el precio de la independencia poética y la dualidad de contrarios u opuestos en que se bifurca la existencia e intenta dar con la armonía, un estado de equilibrio y plenitud, de lucidez e íntima sabiduría que proporciona paz, serenidad y confianza al ser humano. Silencio, soledad y contemplación son los pilares sobre los que iniciar el acercamiento a ese íntimo conocimiento. Junto a ellos, el respirar consciente, símbolo de autoafianzamiento en la oportunidad de vivir y sentirse vivo. El poeta leonés hace continua referencia a sus obras y va ofreciendo claves sobre ellas que nos revelan su sentido último, junto a aspectos esenciales de su biografía: lugares de residencia, circunstancias, viajes a distintos países (China, Corea, Colombia…) y cómo su vida ha sido, en cierta manera, fruto del azar y del destino. Vida y naturaleza, lugares y vivencias que han configurado una obra singular y personalísima con sentido cíclico, de ríos que van a dar a la mar.

«La lámpara perpetua. Conversaciones del verano de 2016 (con Alfredo Rodríguez)» es el título de la segunda parte de este volumen, la cual constituye la entrevista más extensa y completa del libro, fruto del trato personal, de la conversación amena y distendida, del encuentro amigable y revelador. En ella, Alfredo Rodríguez da muestras de una insaciable curiosidad indagadora en las entrañas de lo más recóndito y escondido de la personalidad y la obra de Colinas, y el poeta bañezano sabe estar a la altura en la profundidad y riqueza de sus respuestas. El volumen concluye con un epílogo del mismo Antonio Colinas, titulado «Hacia la ‘palabra en el tiempo’», donde nos remite a la definición de poesía que diera Antonio Machado, un poeta a cuyo magisterio no volvió la espalda, como es el caso de otros compañeros de generación.