Carolina Molina (Madrid, 1963) es licenciada en Periodismo y directora de las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica. Ha publicado las novelas La luna sobre la Sabika (2003), Sueños del Albayzín (2006), Guardianes de la Alambra (2010), Iliberri (2013), El falsificador de la alcazaba (2014), Carolus (2017), El último romántico (2018), y recientemente, Los ojos de Galdós (Edhasa, 2019).

-Una curiosidad, ¿la Historia, vista como una ficción novelesca?

-Galdós dijo «imagen de la vida es la novela», pero a veces parece que es al contrario. La Historia puede ser novelable, pero también, en el fondo, es una ficción, porque no existe una Historia verdadera, la Historia se manipula, por lo tanto Historia, ficción y novela van siempre de la mano.

-Usted ha ambientado sus novelas en Granada y en Madrid, ¿qué tienen de especial estas ciudades?

-Para mí han sido las ciudades donde me he formado como persona y como escritora. Los novelistas históricos tenemos una extraña relación con la ambientación física, a fin de cuentas los personajes se crean dentro de un entorno. Granada me lo ha dado todo a nivel literario y ahora Madrid, además de ser mi ciudad de nacimiento, me está ofreciendo oportunidades diferentes.

-¿Literariamente estamos obligados a volver la mirada al escritor Pérez Galdós?

-En mis charlas siempre digo que todo, a nivel literario, está inventado ya por Cervantes o por Benito Pérez Galdós. Ambos fueron inmensos, con una mente prodigiosa. Aunque los españoles no somos dados a reconocer las virtudes de los nuestros, Cervantes ya está en el plano de nuestro escritor universal. Ahora nos queda reconocer a Galdós como el mejor escritor de todos los tiempos tras Cervantes.

-Su novela reciente, ‘Los ojos de Galdós’, ¿es ese obligado homenaje o estaba ya escrita con anterioridad?

-Llevo dedicándome a Galdós hace mucho tiempo. Primero como lectora, desde niña, luego aprendiendo de él como escritora. De hecho mi estilo es bastante galdosiano, no lo puedo remediar. Hace más de diez años me planteé escribir algo sobre Galdós, fui documentándome, haciendo actividades con mi asociación Verdeviento. Busqué a un cronista para comenzar a realizar las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica y encontré a Eduardo Valero y, luego, llegó el centenario. No podía demorar más terminar mi novela. Y aquí está.

-¿Piensa usted que sabemos poco de Galdós?

-Sabemos muy poco y en los aspectos de su vida incluso hasta se están vertiendo errores importantes. Las fake news también han llegado a Galdós. No fue tan mujeriego como se ha dicho, ni engañó a Emilia Pardo Bazán, al contrario; ni fue socialista, ni anticlerical, ni vivió en Lavapiés, ni la madre de su hija María era analfabeta. Todas estas cosas las están desmintiendo diariamente su descendiente, Luis Verde, en redes sociales y Eduardo Valero, que además ha conseguido que se nombre a Galdós hijo adoptivo de Madrid.

-Los últimos años de un anciano y ciego Galdós, ¿son realmente tristes y literarios?

-En absoluto. Murió entre los suyos, con su hija María, con el resto de su familia, con sus amigos. Murió como cualquier otro ser humano, enfermo. Tampoco murió pobre, quizás endeudado porque tenía muchos negocios abiertos y mantenía varias casas, pero él cumplió con sus deudas y dejó una herencia considerable que ha llegado hasta sus descendientes actuales.

-La relación de Carmela Cid y el escritor, ¿parte de un exclusivo mundo de ficción?

-Sí, totalmente. Carmela Cid es un personaje ficticio que procede de mis anteriores novelas. Fue la manera de unir Granada con Madrid, pues hace tiempo prometí que Granada tendría una referencia siempre en todo lo que escribiera. Y por ahora lo estoy cumpliendo. Por otro lado, era la oportunidad de sacar a una mujer de protagonista paralela con Galdós. Era lo suyo, Galdós tuvo personajes femeninos inigualables. Carmela, a veces, se compara con Galdós al ser una forastera, comienza en el periodismo como lo hizo Galdós, pero también tiene que luchar contra la discriminación que le supone ser mujer. Y al ser cronista de sociedad me permitía describir los acontecimientos históricos del momento: el atentado en la boda de Alfonso XIII, inauguración de los hoteles Alhambra Palace, Ritz y Palace de Madrid, inicio de la construcción de la Gran Vía madrileña.

-En su novela aparecen Pardo Bazán, Colombine y, entre ambas, la fuerza de la joven Cid, ¿se trata de poner de manifiesto el papel de la mujer en la época?

-Era uno de los objetivos. Tanto la Pardo como Colombine son dos escritoras y mujeres a las que admiro. Sobre todo Colombine, porque fue censurada durante muchos años y ahora se está recuperando. Es además periodista, algo que me llega más profundamente, corresponsal de guerra. Una mujer excepcional.

-La realidad histórica, abunda en datos y mezcla ficción ¿el lector debe saber en cada momento en qué realidad está?

-Debería saberlo. La novela histórica nada entre dos mares: la realidad y la verosimilitud. Lo ficticio tiene que ser verosímil. Es cierto que a veces, si lo mezclas demasiado (o demasiado bien) cuesta diferenciarlo, pero siempre aconsejo a los lectores que una vez terminada una novela investiguen sobre lo que en ella se dice.

-La granadina, ¿crece a la sombra del maestro Galdós o se convierte en un personaje con entidad propia?

-Ambas cosas. Es una joven provinciana, muy arropada por su padre, Maximiliano Cid, un defensor activo del patrimonio artístico de Granada. Su sombra le acompañará en todo momento y de hecho en esta novela aparece como un ángel guardián. Pero Carmela ha tenido que sobreponerse a muchas cosas desde niña: a la muerte de su madre en el parto, a la muerte de su madrastra y a casi todas las ausencias de sus seres queridos. Decidió dar el paso y llegar a Madrid, y gracias a Galdós ha ido tomando forma.

-¿Carmela Cid y lo que representa resulta un homenaje o una deuda a Granada?

-Siempre tendré una deuda hacia Granada, su ciudad y sus gentes. Me siento medio granadina. Un profesor de literatura me dijo hace muchos años, cuando yo tenía unos dieciséis y ya empezaba a leer a Galdós, que hay que escribir de lo que se sabe y de lo que siente. Y eso hago.

-¿Debemos quedarnos con un Galdós mujeriego y ambicioso o con un gran escritor?

-Galdós no fue ambicioso nunca. O eso es lo que yo pienso. No actuaba por ambición, sino por superación. Era una persona de una gran creatividad hiperactiva, tanto en la narrativa como en el teatro. En todo lo que hizo, innovó. Tampoco fue tan mujeriego como se ha dicho. Galdós nunca olvidó a las mujeres a las que amó y se ocupó de ellas, bien económicamente o simplemente manteniendo una relación de amistad.

-¿El lector debe entender que es una historia de amor?

-En el fondo sí, es una historia de amistad entre Galdós y Carmela Cid, que personifica esas amistades que le ayudaron en sus últimos años, que le admiraron. Carmela ve en Galdós el padre que ya no tiene, pero quizás el lector vea en Galdós ese abuelo que siempre quisimos tener. Hay mucho de buenos sentimientos en esta novela y me he esforzado por no juzgar.

-¿Qué le debe usted a Pérez Galdós?

-A nivel literario, mucho. No puedo decir que todo porque sería injusto. Siempre he dicho que mis referentes en mi vida literaria han sido Federico García Lorca y Galdós. Empecé a escribir novela con catorce años. Pocos después encontré a Galdós, que me ofrecía una manera de narrar que yo comprendía. Además, me hablaba del Madrid en el que vivía. Luego llegó Federico y me obsesioné por el teatro, por los diálogos, por la poesía. Y ahora que he profundizado en Galdós me doy cuenta de que ambos tienen mucho en común.