Cuando uno descarga la aplicación móvil de Glovo, una de las principales empresas de reparto a domicilio, advierte que el usuario puede pedirle al repartidor que le lleve a casa «lo que sea». Las limitaciones son «que no sean más pesados que una sandía grande», que su tamaño máximo sea «más o menos de las dimensiones de un acuario» y que «esté disponible en tu ciudad». ¿Estarían disponibles unos grillos vivos para alimentar a un reptil? «Sí, los hay, yo los llevé a un cliente». Quien responde con rotundidad es Jaime, 42 años, uno de los riders que trabajan para Deliveroo en Córdoba. Antes de este empleo fue jardinero durante ocho años en la UCO, después se quedó parado y «un poco a la desesperada» se metió en Glovo, la primera compañía para la que repartió. Ahora lo hace para Deliveroo, que solo lleva comida y por la que se embolsa una media de entre 6 o 7 euros por pedido. En Glovo, la media es, dice, de 2,30 euros.

Jaime es autónomo, como también lo son Marcos y Cristo. A las 20.00 esperan en el Vial que les entre algún pedido. Marcos, 41 años, era mecánico en un taller que cerró y su primer contacto con el sector fue con Glovo, donde trabajó cinco meses. Ahora lleva desde octubre del 2019 en Deliveroo. Cristo tiene 20 años, dejó de estudiar y se acaba de trasladar desde Granada. Allí llegó a cobrar hasta 2.400 euros, porque «Córdoba está un poco parada, apenas hay pedidos» y sus ingresos en este primer mes de trabajo rondaron solo los 600 euros. Él lo compatibiliza con otra compañía, Uber Eats, que «es más flexible, puedes trabajar cuando quieras, pero pagan menos». Lo peor, según Marcos, es el reparto de horas. Si renuncian a trabajar los fines de semana les penalizan y les asignan peores turnos. «Es como un castigo, no soy libre», dice.

Son autónomos. Marcos confiesa que a él le vendría mejor un contrato. Cristo lamenta que no tenga derecho a paro. ¿Cuánto cobran al mes en este trabajo que ejercen de lunes a domingo? En su caso, unos 1.200 euros. Jaime, a veces, hasta 1.900 euros. A esas cantidades han de quitarle el 21% de IVA y la cuota de autónomo.

Jaime Conde, durante la entrega de un pedido de 'Sushi', en unos apartamentos turísticos en la calle Tejón y Marín. Foto: FRANCISCO GONZÁLEZ

Francisco Abaurrea, que trabaja para Glovo. Foto: SÁNCHEZ MORENO

Los tres lo consideran «un trabajo más». A Cristo no le gusta la opción de Glovo, en la que el cliente puede pedir cualquier cosa. «Te pueden mandar a por tres cosas al chino o a hacer la compra en Mercadona». Hay otros encargos «de capricho»; por ejemplo, aquel que hizo que fuera a un restaurante lejano en Granada a por un Redbull cuando debajo del domicilio del cliente había una tienda abierta. «Le costó 8 eurazos», asegura. Francisco, 42 años, otro rider que trabaja para Glovo, llevó a un cliente un paquete de tabaco por el que este acabó pagando 15 euros. En su caso trabaja durante la mañana y la tarde como repartidor de protésicos dentales, por la noche compagina; por el momento, Uber Eats con Glovo. Es mileurista. Va a dejar Glovo porque «no puedes renunciar a llevar un pedido, porque te preguntan constantemente por qué no trabajas un día». «Noto la presión y estoy un poco cansado», reconoce. «Yo no soy el recadero de nadie», afirma. Antes de ser repartidor, Francisco trabajaba como seguridad en la Fundación Cajasur, pero se quedó en paro. «Yo no soy un falso autónomo, porque tengo varios clientes, soy un trabajador precario». Los cuatro narran cómo en Glovo hay riders que subarriendan su aplicación a cambio de un 25% de los ingresos. El precario, precarizando.

A las 20.40 entran los pedidos. A Marcos le pagarán 8,15 euros por ir desde el Vial a la avenida Barcelona, recoger unas patatas asadas y llevarlas a la calle Isla Fuerteventura. A Jaime le toca ir a por sushi a Onakasita, en el Bulevar Hernán Ruiz. Allí recogerá dos pedidos, uno lo llevará a la Judería, y otro al barrio del Naranjo. Beneficio: 14,72 euros. En Onakasita, el propietario de este local de comida japonesa que pronto abrirá un restaurante en el centro, Antonio Rojas, asegura que las compañías de reparto les cobran en torno a un 27% del ticket del cliente, pero a cambio le dan soluciones: «Nos ahorramos el reparto y nos aporta gente». Ya en el destino, en unos apartamentos turísticos en la calle Tejón y Marín, Jaime entrega el sushi a Susana, periodista valenciana que hace noche en Córdoba y a la que no le apetecía salir a cenar fuera. Ella ha gastado 11,95 euros y cuando le decimos que Jaime cobrará al menos 7 euros por su pedido se pregunta: «¿7 euros? No me salen las cuentas». Ella entiende que «se está demonizando este nuevo modelo que a los sectores tradicionales no les gusta» y pide su regulación, pero «¿en cuántas profesiones eso no ocurre?».