Gran Teatro de Córdoba

27 de mayo 

20.00 horas  

La obra Tartufo es un clásico entre los clásicos de Jean Baptiste Poquelin Molière, ese hito de la literatura universal y el teatro que se fijó como objetivo «hacer reír a la gente honrada» y contribuir a cambiar la sociedad y las malas costumbres a través de la risa. Despiadado con las ínfulas de los nuevos ricos engreídos, de los médicos tan pedantes como ignorantes, de los falsos sabios revestidos solo de fama y soberbia y de la ambición y mentira de aquellos que visten de beatería sus alma negra. Éste justamente es el caso de Tartufo, un falso devoto que consigue capturar bajo su influencia al buen burgués Orgón, aunque en el fondo lo único que aspira es a quedarse con todo su dinero.

El beatucón exagera sus gestos de santurronería hasta llegar a convertirse en director espiritual del burgués, mientras que confabula para casarse con su hija e incluso seducir a la segunda esposa de su benefactor, Elmira, mucho más joven que su marido. Cuando es desenmascarado, incluso aprovecha un truco para intentar echar al dueño y su familia de la propia casa y hasta recurre al rey, que acabará también descubriendo la traición y la conspiración de Tartufo ordenando su detención.

Se trata de una versión de Ernesto Caballero, que también dirige la obra, con la escenografía de Beatriz San Juan, el vestuario de Paloma de Alba, la iluminación de Paco Ariza y la producción de Maite Pijuán desde la productora Lantia Escénica, con su primera producción de la temporada que ha venido representándose en el madrileño Teatro Reina Victoria durante los últimos meses.

Por su parte, el elenco de esta obra lo lidera Pepe Viyuela, que borda el personaje principal, acompañado de Paco Deniz, Silvia Espigado, Jorge Machín, Javier Mira, Estíbaliz Racionero, María Rivera y Germán Torres.

Se trata, junto a su Don Juan (1677) de la obra más censurada de Molière, por el escándalo que se levantó en su estreno, en 1669 (precisamente entre los beatucones a los que criticaba ferozmente), que hasta el rey, de cuyo favor no podía quejarse el autor, prohibió representar la obra durante cinco años. El insigne dramaturgo, incluso, llegó a reescribir dos veces su Tartufo, por lo que se trata de una de las obras que más subtexto implícito lleva para sortear la censura y los reparos de los que veían en la comedia un ataque frontal a la religión, como consideraba la Compañía del Santo Sacramento, que utilizó toda su influencia para mantener oculta la obra. Sin embargo, Tartufo, a la postre, solo critica la hipocresía en todas sus facetas, aunque en la forma de devotos directores espirituales, que en el fondo solo eran saqueadores de herencia. Por cierto, un tipo de personajes que tampoco eran raros en la época. Una anécdota ya lo dice todo: el arzobispo de París Hardouin de Pérefixe llegó a amenazar con la excomunión a cualquiera que representara o escuchara la obra.