La última vez que lo vi fue aquel 12 del 12 del 12 que todo el cordobesismo recuerda, pero ahora aún más porque ya en la vuelta no estuvo en el Camp Nou. Aquella noche hablé con él y me reconocía la preocupación por la enfermedad, pero que se sentía bien para la pelea.

Fue siempre un hombre muy discreto, respetuoso, pero también cordial y simpático. Me llamaba la atención que no levantaba la voz, ni para lo bueno ni para lo malo. Podía presumir de ese seny catalán, en eso era un ejemplo. Profesionalmente, ya en su carrera como jugador demostró cómo veía el fútbol, algo que aplicó en su etapa como entrenador, que desgraciadamente ha sido demasiado corta. Se va un hombre que ha aportado y podía haber aportado aún más al fútbol, pero además se pierde a una gran persona. Hasta siempre, Tito.