Teatro con alma y teatro sin careta en el primer día de la 39 edición de Palma. Feria de Artes Escénicas. Teatro, danza y circo comparten cuerpos, tiempo y espacio, y dialogan hacia un horizonte de género, garante de igualdad y de colectivización en la cultura, gracias a asociaciones como Clásicas y Modernas y a las profesionales que han protagonizado el Foro por las Artes Escénicas de Andalucía. La percepción dramática de una mirada que no es la nuestra, y que sin embargo nos refleja, define los contornos de un problema enraizado en el simbolismo referencial.

Por ello, una estrategia enfatizada en una semiótica del texto dramático, del espacio ocupado y vacío, de la direccionalidad del encuadre para que el sentido sea captado, dentro de su paradigma de posibilidad, permite representar la visión de una realidad que cuestiona la propia; la obtusez que nos hace incorporarnos en la butaca en su dirección fluyente. Con el arte, la artista expresa y representa su imagen como herida: una herida henchida. Consciencia de un dolor que tiene que ser entendido y para ello, tiene que ser representado. En este sistema significante, el hecho teatral, está comprometido con la múltiple realidad, compuesta de planos, de instituciones, de profesionales y del ojo-espectador.

El teatro es un arte colectivo; es creación colectiva donde el texto se construye a sí mismo a partir de la música de las palabras. Con pasión lo subraya la figura hoy reconocida con el Premio Salvador Távora. Este arte que partió como jaima itinerante, ahora bajo la forma de teatro, y en particular, de teatro andaluz, confluye en un convenio de colaboración con el arte del circo, donde un abrazo sella lo connotado y abre un surco que alcanza la profundidad del discurso estereotipado de una sociedad acomodada entre plataformas digitales; un gesto significante este 5 de julio, que aboga por el grito a lo humano desde el espacio del arte, celebrando el alma del teatro que se reconoce en la voz y el corazón dedicados a los múltiples rostros e imágenes saltarinas del maestro Roberto Quintana. ‘Cuántas vidas caben en la vida de un actor’, este es Roberto—dice su amigo, director y actor Juan Carlos Sánchez.

Con la acentuación en las palabras, en el lenguaje, y su literalidad, esta tarde son tres son las que inician Parece Nada: ‘Parece un muro’. Parece, míralo bien, míralo al detalle y cambia el foco. Mira al conjunto. Cambia el ritmo: muévete de una imagen en movimiento a una imagen-pulsión. El cuerpo se desgarra ante ti y para sí. Se desnuda de significancia: no significa más que un todo, un bloque que vibra y resuena en el vacío de una escenografía pedagógica, técnica y limpia: tan sólo tres rectas horizontales cortan la imagen: la línea del escenario, la de la pantalla y la de la mesa. Entre ellas, un fragmento de cuerpo, constreñido dentro de la imagen cuando está aislado, ante el público; sólo, y con una coreografía de ojos que lo desmembran una y otra vez: Parecementerio, y tiembla sobre la tercera línea. Encuadre que extiende un afecto doloroso: esta imagen se despoja de sí misma a golpes y crepitando primero, reptando y desdoblándose después. Sólo su sombra de sudor nos recuerda que estamos ahí, con ese cuerpo y con la mirada multiplicada en puntos que no designan más que una carencia de objetividad. Mientras esto se piensa, se estructura su danzar.

La propuesta

Con esta obra, radical y crítica, el creador en múltiples artes Guillermo Weickert, nos propone como foco del que partir para reconocernos en una realidad de que no es la objetiva, pues nuestra percepción corta en infinitos planos este devenir, creando puntos de atención sobre los que verter la necesidad de utilizar el entorno para sí, de categorizarlo para sentirse dominante y de significarlo desde el sesgo, resquicio de sentido con prejuicios. La posibilidad de interpretar un gesto, un movimiento o un cuerpo en aversión de su misma sustancia visual, acerca un riesgo de este tiempo de virtualidad digitalizada que es la pérdida ontológica de nuestra imagen, de nuestro cuerpo visto y por tanto, de nuestra identidad en la sociedad. Por ahora, volvamos al teatro y sigamos su juego; démonos por mirados con esta perspectiva física y paradójicamente visual que convoca la imagen del artista.

Representación de 'El púbilco'. GERARDO SANZ

Yendo más lejos en la misma dirección, nos apela El público de Federico García Lorca, poema dirigido y dramatizado por Alfonso Zurro, y producido por Juan Motilla y Noelia Diez. Ay, teatro enmascarado. Era cuestión de forma, de máscara. Hay que superar la careta para mostrar el ser del teatro. Hay que encarnarse para poder disolverse en la última gota de sangre. Una cortina de cadenas, unas imágenes de cadenas yuxtapuestas a su forma de pliegue discontinuo en el momento en el que el tiempo se abre en canal hacia el drama; hacia ese drama huérfano asimismo de espacio, desgajado por las figuras que de él entran para volver a salir. Esta escenografía diseñada por Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán resulta deliciosa por el cuidado con su compromiso a la poética de la creación libre, y del sentido, libre también, libre consigo y espejo de su público. Libre de representarse y de ser vista, que no entendida, pues su propia naturaleza le exime de esa necesidad para ser una obra de arte contemporáneo. Ahí está el público. El sobresaliente elenco ha ocupado su centro en el escenario, en el papel colectivo de punto de unión entre planos, haciéndolos conversar metonímicamente entre los versos, lo designado y lo connotado.

Lo irrepresentable en El público. Lo que escapaba a la vista en Parece Nada. Lo que se dejaba ver a un paso, a golpe de primer plano, entre los vuelos a cadencia de guitarra en Lady Mambo. La poesía se representa en la imagen. Estas obras acorralan a una figura que reluce en todas ellas, ya sea bajo una luz cenital o por la penumbra que acentúa su cerco en un fuera de campo tan aparente, que parece. La figura perseguida es la imagen que es percibida subjetiva y culturalmente por los párpados que la reducen a un deseo: a su propio deseo. El artista sabe de este riesgo, el de quedar como imagen ajena, el de ser desbordado por ella, y sin embargo, ser uno mismo en ese instante, más que nunca y siempre sobre el escenario. Curiosa y celebrada es esa lectura que se vuelve hacia nosotros y nos hace tambalear desde el otro lado del espejo.