La intrahistoria, palabra, concepto o término acuñado por el escritor Miguel de Unamuno, que dijo: «Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso», aunque Unamuno se refería a la vida tradicional, lo cual no quiere decir que no se pueda extrapolar a otros asuntos y cuestiones. El italiano Carlo Ginzburg la llamó microhistoria. La RAE nos dice que sirve de fondo permanente a la historia cambiante y visible.

La intrahistoria sirve, sobre todo, para añadir, informar y desvelar la verdad en todo su conjunto, porque las historiografías oficiales, a veces, se hacen sin profundizar demasiado, con lo que se tiene más a mano, y siempre hay una versión más completa detrás de la oficial. Y porque el tiempo mueve las cosas. En este sentido se sabe que el Premio de Poesía Ricardo Molina fue fundado en junio de 1973 por ocho jóvenes poetas al margen de sus respectivas formaciones -grupo Zubia (febrero,1972) y revista de poesía Antorcha de Paja (abril,1973)- pero el momento clave es su refundación, que se produce en el año 1993, cuando el Ayuntamiento de Córdoba se hace cargo del mismo añadiendo el nombre de la ciudad y a partir de entonces el premio se sitúa a nivel nacional.

Sin embargo, poco o casi nada se habla de «los libros de poemas autógrafos o manuscritos» que los poetas fundadores escribieron para financiar la primera edición de dicho premio, los encuadernaron y estuvieron expuestos para su venta en el escaparate de la Librería Luque de la calle Gondomar, y fueron los siguientes: De soledad herido, de Manuel de Cesar; La danza del loco, de José Luis Amaro; Diario y Dios, de Carlos Rivera; Los nueve días, de Francisco Carrasco; Al brego, de Román Jurado; Hombre y pueblo, de E. Garramiola; En una profunda cumbre, de Rafael Madueño y Amadís, de quien esto escribe.