Entre los autores que cultivan el relato en España destaca, sin duda, la escritora Pilar Adón (Madrid, 1971), autora de libros de relatos como La vida sumergida, El mes más cruel o Viajes inocentes. En Eterno amor, la escritora nos sorprende de nuevo con una historia fascinante en la que el espacio vuelve a constituir uno de los elementos principales.

La historia se ambienta en un internado, una residencia ubicada en un lugar apartado y recóndito. El aislado edificio, perdido en una geografía de la que no se da ninguna referencia, enmarca las relaciones de las protagonistas: mujeres solitarias entregadas a la abnegada tarea de atender a los chicos que allí se refugian, religiosas que han renunciado al mundo para dedicarse al cuidado de unos desdichados pequeños. La madre Sandra es la responsable del centro y la que organiza la vida en la residencia. Una vida de sencillas e inevitables reglas a las que todos deben plegarse. A este lugar llega una mujer «no consagrada y que no era religiosa» para tratar a uno de los chicos, aquel que la propia comunidad de religiosas ha bautizado con el sobrenombre de «Hijo Agua» o «Hijo Iluminado», pues, al parecer, la costumbre de la comunidad es bautizar con nombres de propia invención a los chicos. La nueva profesora entabla relación con el chico a través de la puerta, pues lleva aislado en su habitación más de dos años. Y tras bautizarlo ella misma con el nombre de Lemuel intenta conectar de muy diversas formas, todas infructuosas. Pero algo imprevisto sucede, algo que viene a alterar la vida tranquila y metódica de la comunidad de mujeres. Un buen día, la madre Sandra comunica al resto que van a tener la visita de un hombre, un preceptor, al que tendrán que recibir y acoger durante unos días, sin que, ante las insistentes preguntas de las otras hermanas, pueda precisar para qué ha venido o qué es lo que pretende, presentándose allí de una manera tan inesperada e intempestiva. Será esa visita la que va a alterar todos los aspectos de la vida del solitario edificio y será también la chispa que encenderá los sucesos fascinantes que allí van a ocurrir.

Pilar Adón mantiene en todo el relato un ambiente de fascinación que recuerda a Dino Buzzati en El desierto de los tártaros, pues, como él, crea una expectativa, una inquietud constante que planea durante todo el texto y que el final tampoco deshace. Es la inquietud de lo irreal, representado en una comunidad que parece fuera del tiempo y el espacio, provista de un lenguaje propio, de un código secreto y desconocido para el lector. Cuando la madre Sandra anuncia la llegada del preceptor, alguna de las hermanas protesta, pues intuye que un ser extraño no va a poder comprender la vida misteriosa e ignota de las que allí moran, comparadas con las plantas que hunden sus profundas raíces en una tierra oscura, con los propios ritmos silentes de lo vegetal. No en vano la historia comienza con las descripción de esas plantas: la residencia está llena de ellas, las que han ido recogiendo y plantando las hermanas a lo largo de los años. «Ahí estaban las plantas. Con sus distintos significados. Y sus funciones específicas. La de la contemplación, la del recogimiento. La de la compasión. La de la profecía».

Frente a esa vida sosegada y secreta de las plantas, de las hermanas que viven tranquilas y apartadas, se alza la vida de Evans, «un descanso en nuestra monotonía», como reconoce la madre Sandra con cierto tono irónico. Evans, que come carne, que bebe vino, que no se justifica ni necesita hacerlo frente a la comunidad, que irrumpe de pronto como lo hace el arado en la tierra, que no ve problema ni nudo gordiano que no pueda cortar. Su desfachatez, su seguridad y descaro ni pide perdón ni lo busca. Tampoco está dispuesto a darlo. Es un preceptor que impone su ley y sus formas. Pero está el misterio, la irrupción de lo insólito que siempre acecha…

Destacaría la creación del ambiente como lo mejor de la historia. Sobre los personajes, sobre la trama en la que apenas sucede nada, se alza un sentimiento de oscura inquietud provocado por una realidad deformada y extraña que la autora sabe transmitir con maestría. Es una fascinación que atrapa al lector desde las primeras líneas, un sentimiento de estar ante un lugar que sobrevuela la realidad sin apenas tocarla. Más que un ambiente opresivo -como algunos han dicho-, el lector siente estar ante la descripción de un sueño, uno en el que los significados son tantos como los propios lectores.

'Eterno amor'

Autora: Pilar Adón.

Editorial: Páginas de espuma. Madrid, 2021.