Para Heine, el Señor nos quiso dar piernas para avanzar, al que otros rectificarán al señalar que en la filosofía llega más alto y más lejos el que camina más despacio. Hoy el caminar al aire libre está de moda. El paseo al aire libre favorece el trato íntimo con las cosas, es liberador de la rutina y permite el disfrute de parajes naturales. Andar es una filosofía y caminar, una apertura al mundo. Ramón del Castillo, profesor de Pensamiento Contemporáneo en la UNED ha publicado en Turner un exitoso Filósofos de paseo (2020), donde conecta el arte de caminar y el camino del pensar a través de una serie de pensadores, de Kant a Nietzsche, de Heidegger a Sartre, de Adorno a Wittgenstein (…). Si damos un repaso a la historia del pensamiento occidental, al que nos anima el autor, vemos que la filosofía tradicional y el andar han estado muy reñidos; por el contrario, la educación peripatética es el ideal griego en la academia platónica y en el liceo aristotélico. Epicuro paseaba a lo largo del jardín y los estoicos por las calles de las ciudades. El aristotélico medieval Tomas de Aquino caminó más de nueve mil millas durante sus muchos viajes por toda Europa.

Racionalismo y empiristas

El racionalista Descartes utilizó en sus escritos la imagen del bosque, donde si un caminante puede perderse en él en lugar de quedarse quieto debe procurar caminar en línea recta hacia un lugar sin cambiar nunca de rumbo.

El empirista John Locke paseaba a menudo en Burdeos entre las viñas de Pontac. El también empirista radical David Hume, en cambio, era un urbanita en Edimburgo. El ilustrado Rousseau, creador de la moda bucólica, caminaba solo entre a París y Versalles. Sus desplazamientos marcaron su carácter y le curarían de sus traumas.

De la Ilustración a los románticos

La figura del paseante por antonomasia es Kant. La rutina de sus célebres paseos tienen algo que ver con la estructura de su pensamiento. El filósofo prusiano se levantaba, tomaba café, impartía clases, escribía y paseaba por la alameda de tilos, con su criado Lampe siguiéndole con un paraguas si las nubes anunciaban lluvia.

Hegel, que atravesó los Alpes berneses entre la grandeza y la pureza de los glaciares, no se sintió por ello fascinado por la naturaleza, sino que se limita a dar cuenta de sus propios efectos. Si a los románticos les permitía elevarse a lo sublime, él lo devuelve a la pura inmanencia.

Contemporáneos del siglo XIX al XX

Kierkegaard fue un caminante pero de ciudad, cuyos paseos le proporcionaban placer y diversión y cura contra su aislamiento, aunque no conseguía la serenidad a la que aspiraba.

El vitalista Nietzsche, que proclamara el fin de todo y el principio de no se sabe qué, considera que los filósofos deambulan de aquí para allá espantados por los horrores de la civilización industrial y el fin de la naturaleza.

Es un senderista agobiado y agobiante, un visionario que delira al aire libre. Instauró los modos del nomadismo filosófico. Los pensamientos le venían a la cabeza andando y escribía con el pie. Sólo daba crédito a los pensamientos surgidos al aire libre. El caminante debe tratar de observar bien, tener los ojos muy abiertos para todo. Debe gozar con el cambio y la mudanza.

Para el existencialista Heidegger, el bosque representa la tierra alemana, el suelo patrio, un espacio primigenio. Gracias a él, la Selva Negra será un reducto especial de revelación. Si el mundo está perdido para la filosofía existencialista, el camino rural es senda de salvación, por lo que supone de regreso a lo primigenio, a lo natal.

El frankfurtiano Adorno no predica una vuelta al origen como Heidegger. La naturaleza no humana le produce extrañamiento. El hombre sin atributos es aquel que corre tratando de evitar ser atropellado. Aparece el automóvil y el andar se extingue. Los viandantes empiezan a usar el walkman y el cerebro del peatón desconecta del entorno. Al poner banda sonora a un trayecto, el walkman cambiará para siempre el concepto de paseo. Después vendría la industria del camping, el ideal burgués será un paisaje a la medida humana.

Entre los pensadores de cabaña en Noruega o en Irlanda, destaca el lógico austríaco L. Wittgenstein, quien comparó el lenguaje con un laberinto de caminos. Son célebres sus múltiples retiros y exilios campestres, como jardinero y como monje. Alabó la vida rural a lo Tostoi, alejándose de los ambientes importados de la universidad inglesa.

En sus largas caminatas por los fiordos noruegos, apartado de todo y de todos, buscó sin conseguirlo nunca esa paz interior o tranquilidad que tan desesperadamente persiguió toda su vida. Recluido en sí mismo, deseaba vivir como un ermitaño. Intentó también ser jardinero, imitando sus modos de vida, los hábitos y ritmos de una vida serena y feliz en la atmósfera de silencio de un monasterio. El jardín del monasterio entendido como terapia y farmacopea, como ejercicio espíritu que alivia las penas.

Finaliza el ensayo con dos figuras más entre bosques y frutales, John Fowles, autor de El árbol y se pierde de vista con Walter y compañía. Léanlo.

Ramón del Castillo

Ramón del Castillo es profesor titular y vicedecano de investigación en la Facultad de Filosofía de la UNED. Doctor en Filosofía por la Universidad de Madrid, en la actualidad enseña las corrientes actuales de pensamiento en los grados de Antropología, Historia del Arte, Estudios Literarios Ingleses, así como estudios culturales en el máster de Filosofía.

Entre sus obras anteriores a ‘Filósofos de paseo’ destaca ‘El jardín de los delirios’, que lleva como subtítulo ‘Las ilusiones del naturalismo’. En este brillante, ameno y original ensayo señala que desde pequeños nos transmiten una forma de situarnos en el espacio, donde la naturaleza se considera el espacio primordial para las aventuras, para la épica o bien para ser el escenario perfecto para el aburrimiento más absoluta. O bien para convertirse en el lugar privilegiado para huir de la vida urbana, además de peligroso al que hay que intentar evitar. La naturaleza en el siglo XXI se ha ido convirtiendo en un objeto de adoración. Se promueve el cuidado del medio ambiente, a juicio del autor, por razones egoístas. La humanidad maneja a la naturaleza, como predijo Descartes, a su antojo. Ha inventado plantas electrónicas a las que cuidar, vende islas artificiales con la forma de los continentes y en Nueva York ya existe el primer parque subterráneo del mundo.

‘Filósofos de paseo'

Autor: Ramón del Castillo.

Editorial: Turner.

Madrid, 2020.