Las Historias de Amiano Marcelino tienen mucho de verdad, tanto que al leerlas uno descubre un relato único. La grandeza de la vida radica en la diferencia, en poder escuchar circunstancias diferentes, opiniones diferentes, versiones diferentes, lecturas diferentes, historias diferentes de un mismo acontecimiento. Pero siempre vence la verdad. Todos los relatos deben centrarse en la autenticidad del hecho, no en las circunstancias. Para las circunstancias ya está cada narrador, que aporta su originalidad y su oficio. La verdad solo dispone de un relato, pero nos empeñamos en crear relatos no diferentes, pues se vive bajo la premisa de un falso relato.

Escribía Rilke que «para los creadores no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente». Y es que además de esa «diferencia» que hemos comentado, la historia precisa de necesidad. En nuestra vida debe aparecer la necesidad de conocimiento, la necesidad de opinión, la necesidad de escuchar, la necesidad de ser libre, a fin de cuentas. Diferencia, necesidad y libertad. Tres términos complejos que reflejan toda la fuerza de la verdad, la sustancia de la vida.

Estos tiempos nos invitan a abandonar las palabras, y sin ellas nunca podremos expresar (o proclamar como diría Cioran) la verdad. Debemos descubrir, necesitamos realizar un culto a la sabiduría ajenos a los estados exteriores, acerquémonos a los estados interiores, aunque para ello sea preciso establecerse en el anhelo de la vida.

Todos tenemos nuestra propia historia, una historia diferente al resto, una historial personal, una historia de verdad. Intentan llevarnos a la guerra con la mentira y con la falsedad, pero solo nosotros podemos desecharlo. Somos diferentes, somos verdad, somos necesidad, somos libres.

La emoción debe dejarse a un lado, debemos ejercitar el pensamiento. Terminamos con Rilke: «Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad».