Los viajes en el tiempo siempre han sido una constante en la literatura. Desde H.G. Wells a Mark Twain la posibilidad de viajar al pasado y al futuro ha cautivado a la humanidad, pues significa controlar lo que en esencia es incontrolable.

Toshikazu Kawaguchi (Osaka, Japón, 1971) se inserta en esta noble tradición con Antes de que se enfríe el café, cuatro historias en forma de novela con un nexo común: un bar de Tokio con una característica muy especial. Se rumorea que en uno de los callejones de Tokio existe un local en el que es posible viajar en el tiempo si el cliente se sienta en el lugar adecuado. Las reglas son sencillas: solo se puede viajar al pasado para ver a una persona que ya hubiera estado en el local; hagas lo que hagas en el pasado el presente no cambiará; si al volver al presente hay otra persona en el asiento habrá que esperar a que lo desocupe; el que viaja al pasado no puede levantarse ni moverse del asiento; todo este viaje, al fin, solo puede durar lo que tarda en enfriarse el café.

Se trata de un viaje instantáneo en la tradición del concepto clásico de viaje en la literatura fantástica. Un viaje de un punto a otro de forma repentina, un movimiento instantáneo aderezado por la presencia de un fantasma o Yurei que levantándose de la silla da entrada al personaje que desea viajar en el tiempo como forma de redimirse.

Toshikazu Kawaguchi, guionista y director teatral, ya había presentado el texto en su día como obra teatral con gran éxito, recibiendo el primer premio en el Festival Suginami. Esta circunstancia llevó al autor a convertir la obra en novela, lo que no es en sí un demérito como demostrara J.M. Barrie con Peter and Wendy. Cuatro historias sobre el amor, el paso del tiempo y la imposibilidad de retroceder en el mismo, de cambiar la realidad, aunque el autor desliza en todas ellas la esperanza como recurso salvífico. Se trata de una prosa sencilla en consonancia con el origen teatral de la misma. Las cuatro historias transcurren en un mismo escenario: un bar de Tokio que bien pudiera estar en el famoso barrio de Asakusa que popularizó el Nobel de Literatura, Yasunari Kawabata, en La pandilla de Asakusa, aunque intencionadamente el autor lo omite. Ese Asakusa de Kawabata sí está presente en el animado local en el que es posible viajar en el tiempo, se corresponde con ese barrio alegre y caótico, aunque en la novela no es un entorno canalla, sino familiar, como si fuera un salón de té privado, lleno de ternura y humanidad.