Con su habitual ironía, reflejo de un profundo exilio de soledad, Rafael de Cózar escribe --en su ya sí último libro de poemas Los huecos de la memoria , que iniciaba la colección Crepusculario de la editorial sevillana En huida-- acerca de su poesía que está centrada fundamentalmente en el tema amoroso, "investigado, estudiado, vivido y padecido en abundancia". Siempre fecundo y paradójico, buscaba adentrarse en los misterios de la literatura para extraer de ella los más fértiles dones. Infatigable innovador, no renunció jamás a su admiración por Bécquer y los poetas franceses de principios del siglo pasado, precursores de la modernidad. El sentimiento amoroso absorbe la producción poética del poeta tetuaní --aunque ciudadano del mundo--, persecutor y perseguido de tan venturoso lance. Incluso cuando se adentra en los círculos de la poesía visual, Cózar mantiene una constante tensión dialéctica entre el amargor y la dulzura, la fe y la increencia, la desesperación y la esperanza que este crucial sentimiento nos provoca. Pero nadie se halla más solo que aquel al que la gente rodea sin aliviarlo, quien parece mendigar un sorbo de amor como se aspira el vino, dejando solo el resabio oscuro de la insatisfacción o la fatiga, escribiendo siempre la memoria de una historia imposible. Centro tangible, humano, ángel perverso o angelical demonio, la mujer se erige en pensamiento único, rastro indeleble, utopía inalcanzable en su estremecedora cercanía. Rafael posee el don apacible de la palabra por muy mezquino e indomable que el lenguaje se torne tantas veces. Sabía expresar como nadie el gozo y la pena de los hombres, con una lucidez desgarradora, con un silencio a voces que espantaba. Mas, a pesar del desaliento que escapaba como el humo, Rafael desprendía una sobrecogedora humanidad, el calor de un orondo oso de peluche al que te acercas siempre como refugio cálido. Esta sensación de protectora debilidad empapa los versos del poeta. La belleza de sus imágenes radica en la verdad que destilan, en la palpitación sonora de una violencia azul que recorre las sienes y se deslíe en aceite para endulzar la boca, un pensamiento orgánico que se resume en pasión. En el centro, el amor; y, al fondo, la soledad, ese horizonte cada vez más íntimo donde los pájaros huyen devastados en el fragor de la tormenta, donde un hombre reclama la mano de otro hombre para no suicidarse desolado, donde beberse la vida sin cordura, donde hacer el amor con la nada.

Poesía repentina, sensual, fluctuante, pura como el manantial de las cumbres, sin química posible, arrebatada al alma con toda su luz negra. Apasionado y romántico, Cózar nos devuelve la ironía transgresora de Lou Reed, el grito de protesta de Eluard incarcerado en un sencillo poema de amor, el pesimismo esperanzado de Ungaretti y la ingeniosa sensibilidad de Strawinsky. Su obra "más reconocida que conocida", como él mismo afirmaba, debe permanecer en nuestra memoria para que, en ella, quede siempre viva la seductora personalidad de un escritor irrepetible.