Son ellas y son todo. Conductoras, maestras, psicólogas y hasta masajistas, todo sumado al esfuerzo diario que supone un hijo. Horas y horas de carretera, entrenamientos, gradas, pelota y libros.

Parte de una vida en el coche, aprovechando para no dejar atrás los estudios, traslados a partidos de lluvia, frío o calor. Regresos a casa en noche cerrada. El Día de la Madre es un buen momento para recordar que ellas son también un pilar del fútbol.

Mar Saelices, madre de Alberto del Moral. FRANCISCO GONZÁLEZ

MAR SAELICES | MADRE DE ALBERTO DEL MORAL

«Aún juego con Alberto al ‘que no caiga’; le digo que le voy a ganar y él se ríe, claro»

En un par de ocasiones durante la conversación se emociona. Mar Saelices, madre del jugador del Córdoba CF Alberto del Moral, recuerda a su padre, el abuelo del jugador, y tiene que esforzarse para que no fluyan las lágrimas, evocando la batalla diaria durante muchos años. En realidad, desde que ella misma era una niña, por lo que reconoce tener «una espinita clavada». La profesión de su hijo «es la que me hubiera gustado tener». «Jugaba al fútbol, al tenis, a todo, pero el fútbol era mi favorito», recuerda. En aquella época no había fútbol femenino y tuvo que pelear «muchísimo», porque le llamaban «de todo». «No estaba del todo bien visto entonces, pero como jugaba muy bien… -suelta una leve carcajada- los chicos querían que jugase con ellos». Aunque no pudiera federarse -entonces no se contemplaba-, Mar entrenaba toda la semana con los chicos y «el día de partido me quedaba sin jugar».

Embarazo y nacimiento del fútbolista, porque ya antes de nacer parecía predestinado a ello. «Tenía claro que fuera niño o niña le inculcaría el tema del deporte. Con Alberto hemos estado con pelotas, raquetas, bicicletas, palas, de todo, desde el inicio, para ver si tenía condiciones como tenía yo», evoca la que fuera concejal de Deportes del Ayuntamiento de Villacañas. Ahí empezó Alberto, en sus escuelas deportivas, practicando todo tipo de deportes, pero «al finalizar el primer año a él le gustaba más el fútbol y ya entra en las escuelas deportivas, pero sólo de fútbol». Ahí, reconoce que no sabe «si es pasión de madre», pero «la verdad es que veía que podía llegar arriba», por lo que ha estado y está «peleando para que Alberto esté donde está ahora y, si podemos llegar a más, mejor».

Tras la infancia del futbolista llega la adolescencia. Su madre es técnico en emergencias sanitarias y su padre también trabaja, por lo que se vive el día a día «típico en los pueblos, ya sabes: si mamá y papá trabajan, el abuelo lo recoge del colegio, lo lleva a música, al entreno y demás». Luego llega la separación y la obligación de dedicar aún más tiempo al proyecto de jugador. «Me separo, su padre se va a vivir fuera y Alberto ya jugaba entonces en el Adarve, en Madrid. Para mí era un suplicio, porque hacía guardias de 24 horas en Ambulancias Finisterre y tenía que llevarlo al entrenamiento, a Madrid, más los partidos en el fin de semana». Un ritmo frenético que debe ser respaldado por otros. «En el trabajo no me ponían ninguna pega para cambiar guardias». «Pedía a otros, familia, llevarlo y demás, porque ya no era una ilusión o sueño mío, sino que me decían que había potencial, que siguiera llevándolo, que luchara porque tenía condiciones», comenta con un punto entre el orgullo y la memoria del sacrificio. «Creo que he sido valiente, porque me he comido carretera, nieblas, lluvias, coche malo, pidiendo muchísimos favores a mi empresa, a mis compañeros, a mis padres…» . Ahí es la segunda vez que se emociona durante la charla, pero justo en ese momento hay que hablar de cómo llega su hijo al Córdoba CF. «Cuando era juvenil ya jugaba en el sénior de Villacañas, que ascendió a Tercera con él como titular y máximo goleador», remarca.

Como desde pequeño pasó por todas las selecciones de Castilla-La Mancha, en un campeonato entre comunidades autónomas se encontraba en la grada Miguel Linares, mano derecha entonces de Álex Gómez, director deportivo del club blanquiverde. Entonces, Alberto del Moral era juvenil y también el Albacete y el Granada se interesaron por él, pero «nosotros somos gente humilde, de pueblo, y los primeros en interesarse fueron ellos y cuando damos la palabra no hay marcha atrás». «Nos guiamos por el corazón, no era el dinero, sino que el objetivo era que Alberto jugara y que demostrase lo que tiene dentro», asegura con semblante serio.

«Aquí ha sido donde ha cuajado del todo, pero no digo que ya lo ha dado todo, porque como soy muy crítica con él, sé que puede seguir dando más. Yo creo que se merecía jugar en Segunda B», asegura, para admitir después que «sí, le aprieto mucho, mucho» (ríe). «Es una gran persona, un buen jugador y muy profesional, pero yo cada día le aprieto más, porque sé que puede darlo y aportar más al equipo. Me sale natural lo de apretarle», comenta con una sonrisa. Una relación que aún hoy en día continúa, como si aún estuviera en el Adarve o en aquellas escuelas de predeporte de Villacañas. «Bueno, antes de los partidos sí le digo algo pero en plan suave, en plan de que esté concentrado, que tenga cuidado con las tarjetas, que tenga cabeza, esas cosas», explica, porque «son partidos importantes en los que nos jugamos mucho y en su posición, aunque es muy joven pero maduro, debe saber dónde está y dónde está el equipo».

Una relación entre madre e hijo en la que la pelota tuvo muchísimo que ver. «Siempre he jugado con mi hijo al fútbol. Mucho. Hacer porterías con piedras en casa, en la calle, le enseñaba a darle con el interior, con el exterior, a rematar de cabeza… Un montón de cosas. ¡Y picarme con él!», exclama entre risas. «Le digo que aunque juegue en Segunda División B doy más toques que él en el que no caiga. Y él se ríe, claro», comenta.

Tras dedicar un nuevo recuerdo a su padre, al abuelo de Alberto («le hubiera encantado verle debutar en el Córdoba CF», lamenta), queda la incógnita de qué hará el Día de la Madre.

«¿Que si me felicitará? No creo que se le olvide. Más le vale, más le vale que no», contesta, entre carcajadas. «Bueno, creo que sí lo hará»

Rosa Carrasquilla, madre de Antonio Moyano, jugador del filial del Córdoba CF. CHENCHO MARTÍNEZ

ROSA CARRASQUILLA | MADRE DE ANTONIO MOYANO

«Tenía una mesa y una linterna para que estudiara en el coche»

Contaba Alfredo Di Stéfano que cuando le comunicó River Plate que le iba a hacer una prueba preguntó quién le había recomendado: «¡Tu mamá!». Y era así. Su madre le dijo a un jugador (que además era electricista) que uno de sus hijos le pegaba bien a la pelota. No es el caso de Rosa Carrasquilla, madre del jugador del filial blanquiverde Antonio Moyano. «En casa no gustaba el fútbol, tampoco a mi marido. Ni siquiera veíamos partidos», comenta con una sonrisa, aún sorprendida en cierta medida. «Cuando tenía un año o así nos fuimos a la playa y él siempre con la pelota», recuerda. El aún bebé Antonio Moyano conseguía que los playistas se arremolinaran en torno a él. Tocaba, se caía, volvía a tocar el balón... «hasta que una mujer se acercó y me dijo: ‘Niña, este nene va a ser futbolista, mi sobrino lo es y te digo que este va a ser futbolista’», explica entre risas.

Rosa recuerda a su hijo «con una pelota siempre, desde que nació», por lo que «lo apuntamos en Montilla al fútbol, pero para que desfogara, porque era muy nervioso, no por otra cosa, pero también porque lo habían visto», y pone como ejemplo que «a sus hermanos los apuntamos a natación». Después fue llamado a la selección cordobesa benjamín, en donde le vio «Rafa Martínez, que además era compañero de una sobrina mía. Mi sobrina le dijo que tenía un primo que era bueno y cuando le dijo el nombre le contestó que llevaba tiempo queriendo localizar a los padres, que sabía quién era» Antonio Moyano.

Inicialmente eran seis los niños que venían desde Montilla, así que los padres se iban turnando. «Luego quedamos cuatro, luego dos y al final estaba yo sola», porque en días laborables era Rosa la que tenía que asumir «tres entrenamientos semanales, llegar a las nueve de la noche» a casa y después, «tenía que ponerse a estudiar», para lo que había que aprovechar todos los momentos. «El niño, atrás en el coche, tenía una mesita y una linterna y venía estudiando, haciendo sus tareas, porque el cole siempre lo ha llevado estupendamente. Él llegaba y yo me acostaba y él se quedaba estudiando. Eso, con 10 u 11 años». Ahora, el objetivo es llegar al «primer equipo», pero los estudios siguen siendo «lo primero». «Sí, me felicitará. Si hay partido, será lo primero, y luego me felicitará», termina entre risas.

Carmen Ruiz, madre de la jugadora del Córdoba CF Femenino Lucía Moral 'Wifi'. A.J. GONZÁLEZ

CARMEN RUIZ | MADRE DE LUCÍA MORAL 'WIFI'

«Igual me equivoco, pero una mujer no puede vivir del fútbol»

Si el fútbol de por sí es complicado para cualquier chaval que quiera aspirar a lo máximo o, al menos, a llegar al primer equipo de su ciudad, en el caso femenino el camino es aún más tortuoso.

Pero ante esa barrera surgió Lucía Moral Wifi, que con apenas 15 años se convirtió en la primera internacional con la camiseta del Córdoba CF.

Los inicios de Lucía fueron muy naturales y más fruto de las necesidades logísticas diarias de la familia que de una búsqueda del fútbol. Su madre, Carmen Ruiz, explica que «a ella siempre le han gustado los deportes y cuando dejábamos a su hermana en una academia había al lado algo de fútbol y la apuntamos para que desfogara». Wifi tenía entonces «unos siete años» y posteriormente, Carmen la apuntó a «la escuela de fútbol de Rícar, El Carmen, porque su hermana estaba en una academia al lado y yo mataba así dos pájaros de un tiro, como se dice. Me daba tiempo a hacer cosas mientras ellas estaban ahí y las recogía luego». Pero lo que comenzó como una posibilidad para desfogar se convirtió en afición para Lucía.

«Creo que era la única chica. Empezó a entrenar y llegaron los partidos. Contaban siempre con ella. La verdad es que destacaba», sonríe Carmen. «Soy su madre e igual es que no puedo decir otra cosa, pero la verdad es que destacaba. Y Rícar es el que se fijó en ella. Fue encantador y se portó genial con mi hija», recuerda la madre de Lucía Moral.

«Ella siempre ha estado a gusto con sus compañeros, pero a esas edades, ya se sabe», explica, para narrar su cambio al fútbol femenino unos años después de sus inicios con Rícar. «Fue ella misma quien dijo que quería jugar solo con chicas». Y ahí surgió El Naranjo, pero más adelante fue el Córdoba CF el que se lanzó al fútbol femenino y «había que preguntarle a ella. Ya estaba en una edad que ella decidía, claro», recuerda Carmen, que señala que «había muchas compañeras suyas allí».

A pesar de la evolución, de la internacionalidad, de la juventud y nivel que atesora Lucía, Carmen no pierde la perspectiva y sigue con los pies muy en el suelo. «Del fútbol no vas a vivir. Eso pienso yo siempre. Una mujer no va a vivir del fútbol», asegura, centrando el objetivo en los estudios. «Hoy eres muy buena y pasa tiempo y no se oye nada de ti y tú tienes que tener tu vida resuelta, un futuro. ¿Que puede vivir de él? No sé, ya se verá. Quizás en un equipo grande, pero esa es otra historia, nosotros no llegamos aún a eso», avisa Carmen.