El colirrojo tizón

Imagen del colirrojo tizón

Imagen del colirrojo tizón / AUMENTE

José Aumente Rubio

José Aumente Rubio

Alphonse Bertillon, famoso policía y criminólogo francés del siglo XIX, impulsor de métodos de individualización antropológica, decía que sólo se ve lo que se mira y sólo se mira lo que se está preparado para ver, una frase que a la escritora y periodista Rosa Montero le parece magistral y que nos enseña que la realidad, que a todos nos parece un valor indiscutible y absoluto, no es más que un producto subjetivo y condicionado por las circunstancias. A nuestro alrededor ocurren acontecimientos naturales que para la mayoría de las personas pasan desapercibidos, y para otros, entre los que me encuentro, son sin embargo fundamentales, porque pueden actuar como un ancla que nos mantiene en el presente y nos proporciona estabilidad. Hay que tomarse su tiempo para apreciar los pequeños placeres a nuestro alrededor, sobre todo cuando se trata de la comunidad de pájaros del jardín cercano a casa, que además va cambiando a lo largo del año, en ese marco de acontecimientos cronológicos que es parte del calendario natural. 

Este invierno, al igual que el de otros años, cada vez que salgo por la puerta de mi casa, en el jardín de enfrente, una hembra de colirrojo tizón se acerca a mí revoloteando, y sus tonos grises, y los del cielo tras ella, se ilumina al revelar una brillante cola de rojo anaranjado. Cada día, cientos de personas pasan por la avenida, ajenas por completo a su presencia. Cuando llegue la primavera, se irá, quizá, a algún lejano país del norte. No pasa nada, hay con lo que entretenerse: cada vez cantan más intensamente mirlos, verderones y verdecillos; una pareja de herrerillos viene últimamente a comer a los pinos del jardín; y desde el pasado domingo se ve volar a las golondrinas, que han adelantado su llegada, porque como dice el refrán -«San Raimundo trae la golondrina del otro mundo»- debiera ser a mediados de marzo. 

Suscríbete para seguir leyendo