Opinión | Hoy

La lluvia y el amor

Lleva razón, según una perspectiva pacata, el refrán: «Nunca llueve a gusto de todos». Pero según la perspectiva de la existencia, la lluvia es otra expresión con la que la vida nos habla del amor. Así, llueve sobre buenos y malos, sobre pobres y ricos; sin fronteras, sin ideologías, sólo por puro amor, por pura vida. Llueve sobre el paso de Semana Santa, sobre los enamorados que se besan, sobre los viejos huesos del anciano y su reúma. Es verdad que, en nuestra visión particular, la lluvia viene a incordiarnos nuestras vacaciones, nos encierra en la casa, en la soledad de las calles, hasta en el silencio de los pájaros; en la soledad de nuestros ojos, que miran tras la ventana y su melancolía. Pero la lluvia es el agua de la vida, y por eso siempre acaba por darnos más vida. Agua para el biberón del niño, agua para amasar el pan, agua para los labios febriles del enfermo, agua para el caminante que regresa, los labios secos, los pies cansados; para el trabajador que siega en la campiña y el albañil que suda en el andamio. Agua para el alma y su sensibilidad.

La lluvia es la continua oración de la naturaleza. Gracias a la lluvia existen los colores, el murmurar de los arroyos, el alivio de la fuente y el frescor del manantial. La lluvia es el arcoíris, el verdor de los campos salpicados de flores, las colinas de trigales, los paisajes donde descansa nuestra alma, azules, lilas, carmines, y mayo en nuestras rosas, en nuestros patios, en nuestros cielos de golondrinas, en nuestro Guadalquivir y sus cigüeñas. Lluvia, aunque nos incordie, aunque no podamos poner la lavadora, aunque el chaparrón nos coja sin paraguas. Esa agua del cielo nos lleva a comprender el agua que Jesús ofrece a la samaritana: el agua que da vida para siempre, y ya no volveremos jamás a tener sed de trascendencia, y así la vida eterna empieza en esta vida, en la paz en medio de la zozobra y en la luz en medio de la oscuridad. Es el secreto del Reino, ofrecido a todos los seres humanos como experiencia con la que la fe se fortalece, se reafirma y se puede transmitir. Cada gota, un beso que nos regala el Padre desde el cielo, por puro amor, para todos, sin preguntar a ninguno por su ideología, su momento; sólo porque nos ama como hijos y nos quiere para la eternidad.

* Escritor

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