Opinión | Cosas

Seminolas

Pere Aragonés ha forzado el adelanto electoral para pillar con el pie cambiado a Puigdemont

Uno de los caminos más fiables para escribir una buena historia es la honesta querencia de romper estereotipos. Ya lo sabría Martin Scorsese al rodar ‘Los asesinos de la Luna’, llevando su violenta catarsis narrativa a un western del siglo XX. Los indios eran patrimonio de John Ford y ese paseíllo de sioux, apaches y comanches que arrancaban las cabelleras del hombre blanco. El enfoque de Scorsese revierte inicialmente los términos, gracias al descubrimiento de petróleo en las tierras de los Osage. Para asegurar que el dinero es la medida de todas las cosas, doncellas blancas sirven la mesa a estas pieles rojas que se hicieron inmensamente ricas, mientras donjuanes de medio pelo pretendían pegar el braguetazo con estas indias casaderas.

El efecto mariposa existe. Otra tribu india ha entrado indirectamente en el revoltijo del procés. La excusa del adelanto de las elecciones catalanas la ha provocado la decantación del voto de los Comunes, con un no a los Presupuestos por su negativa a la inversión de un complejo turístico de Hard Rock en Tarragona. Esta compañía es propiedad de los indios Seminolas, aquella tribu que pobló las marismas de Florida, sembrando el pánico entre los españoles y los colonos americanos. La marca de la guitarra eléctrica tiene unas improntas pijiprogres, la estandarización supuestamente macarra y rockabilly frente a la ñoñería aventurera de los Starbucks. Pero ni las apelaciones a Bruce Springsteen, ni el carácter amerindio de la propiedad ha arredrado a los homólogos de Yolanda Díaz a cambiar su posición, con la querencia de las izquierdas a imantar su voto hacia motivos etnográficos.

Hágase seminola. Si compartes el veinticinco por cierto de la sangre de aquella tribu originaria que se refugió en los manglares, recibes una parte de los beneficios de este emporio que controla casinos y complejos turísticos. Se calcula que cada agraciado se lleva desde su nacimiento más de ciento veinte mil euros anuales. Un pastón que ha resquebrajado aún más las alianzas en este país de astracanadas e imposturas.

Hay dos cosas en las que Cataluña puede ser más papista que el Papa, esto es, que todo el Estado: la rumba y la pela. Los Comunes facilitaron el primer pase de muleta a la amnistía, pero ahora se han negado a ejercer de Pepe Isbert y Mr. Marshall con estos otros americanos, el reverso de los vaqueros. Toca blanquear al mismo tiempo los errores de cálculo y los intereses propios. Aragonés ha forzado el adelanto electoral para pillar con el pie cambiado a Puigdemont; para pulir esa patria que se acrisola con privilegios y unas insaciables cuotas de poder. Lástima no ofrecerles el discurso soberanista a los seminolas, aquellos cuya generosidad hubiese asaltado la banca para compensar el victimismo del «España nos roba».

El relativismo no puede quebrantar el sentido de Estado, pero es bueno desenmascarar ese histrionismo patriotero que en uno y otro lado del espectro se ocupa de ocultar intereses más terrenos. Si Brahim no va a jugar con la selección no será porque se ha desvinculado del dolor de España de los noventayochistas, si no porque su ego ha sido fustigado por el rencor de esperar a Godot en cada convocatoria -con alguna ayudita extra, como el susurro de los cuentos de hadas, del rey de Marruecos-. A sensu contrario, Le Normand y Laporte se han consolidado como centrales de la Roja, sin que ello les prive de sus querencias hacia el cruasán o el café olé.

Los intereses creados son más antiguos que la obra de Benavente. Lo llamativo de este tiempo es la rapidez con que se montan y se desdeñan, al albur ya no de unas escuálidas convicciones, sino de una taquicárdica conveniencia.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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