Cualquiera que pase las vacaciones estivales entre Asturias y Galicia, tiene todas las papeletas para comer algún día en Mondoñedo. Es una excelente opción que aúna el buen yantar con las buenas historias. De esas que gustan contarse a la hora de la tertulia, entre cafés y chupitos, supongo que favorecidas por la proclividad del lugar a sumergirse en la niebla para desesperación de los conductores. Hace un par de semanas tuve oportunidad de compartir allí algunas de ellas con compañeros periodistas. E ineludiblemente surgió el nombre de Álvaro Cunqueiro. Dicen que leer a Cunqueiro es como hacerse a la mar al atardecer y abrir los ojos del niño que aún llevamos dentro, cosa que comparto junto a quienes también hallan en él un realismo mágico tan sui generis como solo puede serlo el de un gallego. Ello conlleva que nunca podamos estar seguros de si lo que nos traslada es producto de su erudición o de una infinita capacidad de fabulación. O una mezcla de ambas cosas. Sumando a ello la proximidad de la Velá de la Fuensanta y una reciente estancia de mis interlocutores en Córdoba vino a cuento hablar de lo siguiente.

Cunqueiro, mindoniense, hijo de boticario, premio Nadal en 1968 con Un hombre que se parecía a Orestes, novelista, poeta y habitante por excelencia de las páginas de Faro de Vigo, del que también fue director, cuenta en su Tertulia de boticas prodigiosas y escuela de curanderos que de la gran botica de La Meca, protegida por los Califas, colgaba un cocodrilo. Sí, ya tenían allí uno como el nuestro. Como fuente cita al cordobés Ahmed al-Gafequi, calificado como «el más célebre de los botánicos y farmacólogos de Al Andalus, famoso por su Kitab al adwiya al mufrada o Libro de los medicamentos simples». No olvidemos que algunos de los primeros estudios sistemáticos de Occidente se impartieron en el patio de la Mezquita sobre -entre otros- los textos traducidos al árabe de la Botánica de Dioscórides o la Medicina de Hipócrates. Dicen que Ahmed poseía una uña del citado saurio con lo que la relación de los cordobeses con los cocodrilos podría venir de lejos.

La alusión sirve al autor para adentrarse en cómo la farmacopea árabe de la época aprovechaba de ellos casi todo. El polvo de la piel se usaba como somnífero y, en infusión, contra la erisipela; la lengua como afrodisiaco y, molida, ayudaba a los senectos a conservar la memoria. De otros órganos se obtenían productos para las cataratas…. En fin, eran como una panacea universal. Solo había una pequeña pega. No valía cualquier ejemplar. Tenía que guardar ciertos requisitos… digamos de castidad. ¿Qué cómo se definía tal condición y se averiguaba? Pues hacía falta polvo de oro, determinadas partes de su anatomía y… bueno, mejor lean directamente a Cunqueiro. Si algún antecedente tuvo entonces el de la Fuensanta llegó literalmente hecho polvo. El actual va camino de ello, pero de otro modo.

En la misma obra, y siguiendo el libro de Tobías, habla de la farmacia con origen en el arcángel Rafael (no en vano su nombre significa Medicina de Dios) y de los remedios derivados del corazón, el hígado y la hiel del pez del Tigris, usados para ahuyentar al Maligno y para curar cataratas (como se ve es una vocación oftalmológica que también viene de lejos). Durante mucho tiempo se dijo que solo se había utilizado parte de estos órganos y la búsqueda de las restantes ha generado abundantes leyendas.

Asi que miren por dónde a través de la literatura de botica, a caballo de realidad y fantasía, podemos hilvanar los nombres de la Mezquita, San Rafael y los exvotos de la Fuensanta. Y es que en España abundan las iglesias con caimanes, sea en vitrinas, colgados del techo o sobre la pared. Bien como agradecimientos, bien encarnando simbologías diversas. Los hay en Madrid, Sevilla, Valencia, Soria, Valladolid, Ciudad Real, Avila, Jaén…. A veces el saurio adquiere un alto valor icónico. Otras se transforma en ese amigo que hemos hecho de chavales con el que ir al fútbol o a navegar por el Guadalquivir. Todo contribuye a elaborar esas pequeñas historias que con su magia hacen que la memoria sobreviva a nuestra ausencia, como reclamaba en su pregón Antonio Manuel Rodríguez.

Únicamente por si acaso alguien se siente tentado de adscribirme a alguna abominable e impía secta de adoradores de caimanes, he de decir que como buen cordobés de adopción guardo una excelente relación con la Virgen de la Fuensanta. También por haber cubierto durante muchos años la información de la Velá. Y por una vieja tradición familiar. Así que todos los años le hago una visita, incremento en una mi ya larga colección de campanitas y, por supuesto, paso a decirle hasta luego al cocodrilo (que en este caso si es alligator) con la musiquilla en la mente. Para los más veteranos Bill Haley, para los menos Parchís.

* Periodista