A pesar de perder ya hace tiempo la cuenta de técnicos pasados por el chino uno no se acostumbra a amortajar al siguiente. Y menos a Villa. Pocos entrenadores --tal vez Pepe Escalante-- han generado tanto debate a favor y en contra con semejante pasión como el entrenador de Alcorcón. Ni Paco Jémez ni Rafael Berges, sin ir más lejos, y a pesar de ser de la casa, cordobeses y con duende, contaron con esa fiel legión de 'gladiadores' dispuestos a todo por él. Paradójicamente, llevan meses anunciando su marcha tras cada partido y manteniendo al mismo tiempo sus constantes vitales sin calidad en el pulso. Una especie de goma elástica que lo unía ficticiamente a las esencias del cordobesismo que cedió hasta romperse. Una adhesión que, lejos de hacerle bien, lo alejó cada vez más de quienes le rodeaban en el club y de aquellos que también quisieron acompañarlo.

Ayer un fino analista metió el dedo en la llaga: "La vaquilla se queda sin torear" entre tanto fuego cruzado por Villa. A Carlos González esta vez sí le ha tocado la fibra. Desconozco el día exacto en el que el presidente del Córdoba se dio cuenta de que Pablo no era su hombre. Pero hace dos meses que su matrimonio de conveniencia con el técnico saltó por los aires y la convivencia, que no era tal, se quebró como la pareja que no se traga y se falta el respeto día sí y otro también en los gestos cotidianos.

Que presidente y entrenador no se tragaban ha sido un secreto a voces que ha abierto aún más si cabe las viejas heridas de un cordobesismo polarizado por los intereses de toda la vida. En medio, una afición a favor o en contra por criterios deportivos arrastrada sin querer a las trincheras. La deslealtad con que se han empleado algunos no pasará en balde. Tampoco el día en que González habló de equipo TOP y se lo entregó a un entrenador novato. El resto ya lo conocen. Ojalá que el futuro se construya sobre el respeto y no sobre oportunistas y desleales.