Miguel Sanfeliu (Santa Cruz de Tenerife, 1962) es autor de los libros de relatos Anónimos (Traspiés, 2009), Los pequeños placeres (Paréntesis, 2011) y Gente que nunca existió (E.d.a. libros, 2012). También ha publicado en diversas revistas y libros colectivos. Su blog Cierta Distancia goza de un gran prestigio. Ahora nos sorprende con su primera novela, Parece que cicatriza (Talentura, 2014)

--¿Escribir es, realmente, ponerse en el lugar de los demás?

--Sin ninguna duda. Escribir es la mejor manera de intentar ver las cosas desde otro punto de vista. Y también de explorar otras existencias, otras posibilidades. Y, al mismo tiempo, también es una forma de autoconocimiento.

--¿La literatura nos lleva a cumplir parte de nuestros sueños?

--De nuestros sueños o de nuestras pesadillas. La literatura nos ayuda a imaginar aquello con lo que soñamos pero también a afrontar lo que nos da miedo. Es una herramienta perfecta para explorar terrenos desconocidos.

--¿Por qué, precisamente, en sus comienzos escribe cuentos?

--No se trata de algo premeditado. La mayoría de los autores que más me interesan son escritores que han cultivado profusamente el género del relato, como Fraile, Aldecoa, Monzó, Pámies, Wolff, Carver, Ford, etcétera. El relato tiene unas características que me parecen muy atractivas. Ser capaz de agarrar al lector por la solapa, levantarlo de su asiento, darle un par de golpes, agitarlo, descolocarlo, y luego devolverlo a su sitio, desorientado y transformado, y eso con sólo unas pocas páginas, me parece realmente maravilloso.

--Sus personajes se mueven en situaciones extremas, ¿no existe para ellos la felicidad?

--Los personajes que me interesan son los que se enfrentan de pronto a una situación que les descoloca, que les supera incluso, los que han de enfrentarse a un dilema o afrontar una desgracia. Muchos no sabemos cómo reaccionaríamos en una determinada situación, ¿seríamos héroes o villanos?

--El cuento, ¿un ensayo textual o paso previo para escribir novela?

--No diré que no sea un buen ensayo, pero me niego a considerar el cuento como el paso previo a la novela. El cuento es un género muy complejo y tiene una entidad propia, al margen de que su autor escriba más tarde novela o teatro o poesía. Es cierto que el protagonista de mi novela dice que es un error emprender una novela sin haber pulido el estilo con los cuentos, pero en eso no estoy de acuerdo con él.

--El sentido de la culpa, la violencia, la crueldad, están presentes en Anónimos (2009), Los pequeños placeres (2011) y Gente que nunca existió (2012), ¿estos temas sobresalen por encima de otros muchos?

--Cuando uno se pone a escribir, lo hace guiado por una necesidad, por un tema que le impulsa a explorar sus posibilidades. Luego, cuando los textos se suceden, sí es cierto que hay una serie de preocupaciones temáticas que se suelen repetir de una u otra forma, y yo debo admitir que las que señalas se encuentran, indiscutiblemente, entre las mías.

--Ahora, una novela, ¿había llegado el momento?

--Supongo que sí. Esta novela concretamente, Parece que cicatriza , me ha acompañado durante casi toda la vida, y creo que ya era el momento de desprenderme de ella. Cada historia requiere una extensión determinada. Es el tema el que marca el género. Muchas veces hemos escuchado confesar que lo que en un principio un autor pretendía que fuera un cuento, se alarga, pide más, hasta convertirse en una novela. Y al revés, algo que creías que iba a dar para mucho, al final te das cuenta de que resulta mucho más eficaz si lo dejas como un relato. En este caso, siempre pensé que sería una novela porque una de las cosas que más me apetecía era el tratamiento del tiempo, el reencuentro con los momentos pasados.

--El protagonista de Parece que cicatriza (2014), Roberto Ponce, ¿uno más de la lista de personajes perdedores?

--Me temo que sí. Pero es un perdedor un poco especial, ya que persigue un sueño pero no parece esforzarse mucho por conseguirlo. Roberto Ponce sueña con ser escritor pero apenas escribe. De hecho, no termina ni un solo proyecto. Se limita a idear tramas, cada vez más disparatadas por cierto, pero no termina ninguna. Esto es lo que le diferenciaría de esas novelas de iniciación sobre gente que quiere ser escritor. Lo que creo que mi libro aporta a ese género es el dibujo de un personaje que no abandona su deseo de convertirse en escritor, pese a que ya el tiempo se le ha echado encima. Y esto trae algunos problemas e insatisfacciones. Escribir es una tarea un poco incomprendida, pero en este caso es casi ninguneada.

--¿Crónica de una época?

--No lo creo. No tengo intención de reflejar una época, lo que de verdad me interesa es explorar los personajes, todo lo demás es mero decorado y, a veces, creo que incluso puede llegar a despedir cierto halo de irrealidad. Al margen de esto, es cierto que hay algún detalle, como la aparición de la peseta en la primera parte y del euro en la segunda, que ayudarían a ubicarla en un periodo concreto, pero no es lo esencial.

--Todos tenemos derecho a soñar, como le ocurre al joven Ponce.

--Sí, por supuesto. Todo el mundo tiene sueños y desea una vida mejor y que las cosas se arreglen de una vez, la diferencia está en lanzarse tras ellos o simplemente esperar que nos toque la lotería. Ponce quiere lanzarse tras su sueño pero, en cierto modo, parece tener miedo de llegar a conseguirlo.

--¿La vida bohemia es esa pretendida escuela para su personaje, o el final de un sueño propio?

--La vida bohemia es una idealización. ¿Por qué piensa que es necesario actuar como se supone que lo hacían todos aquellos escritores norteamericanos que viajaban a París? Forma parte de ese imaginario que mueve los pasos del personaje. No se plantea encerrarse en una habitación sino intentar llevar una vida bohemia, sentirse escritor aunque no escriba. No es pues extraño que termine quedándose sin dinero y dejándose llevar.

--Las dos posibles partes, "propósito" y "enmienda", ¿obedecen a una voluntad de orden establecido?

--No estoy seguro de que la segunda parte sea precisamente la de la enmienda, yo diría que se trata más bien de una aceptación. Roberto Ponce sabe que no será nunca escritor y que la felicidad se encuentra en lo que le rodea, su familia, su hija, aunque el sueño nunca desaparezca. No se enmienda porque no abandona su deseo, tan sólo se resigna. Por otra parte, esas dos partes diferenciadas suponen una estructura clara.