‘Amado Pulpo’. Autor: Francisco López Barrios. Editorial: Dauro. Granada, 2017.

El médico y astrólogo francés de origen judío Michel de Nôtre-Dame, conocido como Nostradamus, publicaba en 1555 su obra Les Prophéties, escrita en versos misteriosos, donde se anunciaban catástrofes para el mundo desde aquel año del siglo XVI hasta julio de 1999, poco antes de iniciarse el tercer milenio de la historia de las civilizaciones. Pero no todas estas predicciones suponían desmanes para el género humano. Hubo alguna que más que preconizar calamidades auspiciaba la conexión con la tierra nutricia. Versaba sobre la creíble posibilidad de que los hombres, directa o telepáticamente, habrían de hablar con los animales, razón que para alguno de sus seguidores significaba el desarrollo del movimiento vegano al adquirir los seres llamados irracionales la capacidad de comunicarse con los racionales y alcanzar así la igualdad, la fraternidad de las especies.

Sobre este supuesto se mueve López Barrios en su última obra Amado pulpo, de la que Antonio Sánchez Trigueros, tras ponderar sus altos valores literarios, destaca la atractiva personalidad del protagonista, al que la ciencia atribuye una inteligencia superior y él no duda en comparar con las aventuras del homérico Ulises en su viaje de retorno a la ansiada Ítaca, aunque yo no sabría muy bien si en el contexto igualatorio del héroe épico o asociado a las terribles figuras de Caribdis y Escila, devoradores de los pobres marinos que caían atraídos en el melifluo hechizo de sus cantos. Se trata, en definitiva, de una técnica literaria llamada antropomorfismo, la atribución de características y cualidades humanas a animales de otras especies, objetos o fenómenos naturales. Ciertamente el protagonista se erige como uno de los personajes más curiosos de la historia de la literatura. Un pulpo que desea y consigue convertirse en humano hasta el punto de hablar, escribir y amar a una mujer de carne y hueso, María, que finalmente lo abandona; un relato que nos habla de la incompatibilidad del amor en el marco de una reflexión profunda sobre el ser humano y la realidad circundante. Amado Pulpo está escrito en primera persona central. El autor es explícito. «Amado pulpo soy». A veces siento que en esa primera persona subyace autobiográficamente López Barrios, que reordena literariamente sus ideas, vertidas a través de un cefalópodo que aprendió a hablar escuchando las conversaciones de los humanos y a escribir mientras aprovechaba los restos de los recipientes que estos arrojaban al mar. Mediante esta fábula, parábola o metáfora de la existencia se revela toda una filosofía de vida, un espectáculo mágico de palabras sustanciales y pétreas que, enhebradas, tocan el corazón sin perder un ápice de sonoridad y ternura.

Es indudable el acierto de la introducción de la novela, en la que López Barrios justifica la ficción narrativa, argumentado que el manuscrito le vino dado y él no tuvo más que conformarlo a su manera. No se trata de una técnica novedosa pero sí efectiva. Ya Fernando de Rojas, para evitar problemas con la censura inquisitorial, siendo como era judío converso y tratándose su Tragicomedia de Calisto y Melibea de una clara subversión al orden establecido, asegura haber encontrado el esbozo de la obra que iba a constituir el primer acto de su propio texto. Cervantes utilizó esta ficción en El Quijote, lo que era bastante normal en el siglo XVI para las novelas de caballerías, tratando de presentar los hechos fantásticos como verídicos. Edgar Allan Poe (Manuscrito en una botella), Camilo José Cela (La familia de Pascual Duarte) y Umberto Eco (El nombre de la rosa) utilizan igualmente este recurso.

En cuanto al estilo, López Barrios cuida el lenguaje con precisión de alquimista, extrayendo la piedra filosofal de la poesía, que tanto ama, al más berroqueño de los vocablos. No en vano ha sido periodista y sobre todo un lector inteligente, sensible, avezado al crisol de lo bello en el páramo yermo de lo oscuro: «Ellos, los poetas, con sus versos me abrieron las puertas a una comprensión del mundo que la mayoría de los seres humanos desconoce». No sin razón se le incluye en la línea del esteticismo que abanderan Caballero Bonald, Alfonso Grosso o Rafael Pérez Estrada, pero ciertamente mucho más arriesgado e imaginativo, alcanzando en este afán de la fascinación y el ensueño las altas cotas del realismo mágico.