Calixto Torres sigue en la brecha. Año XV es el resultado de un año de trabajo en el que se han publicado quince plaquetas de idéntico formato (siguiendo el estilo de las ediciones anteriores: veinticuatro páginas encuadernadas en cartulina blanca con sugestivas y cromáticas ilustraciones de Joaquín Salgado en la portada).

Su misión infatigable es dar voz a los poetas, dentro y fuera de Córdoba, reconocidos, conocidos o diletantes; voces que conforman un cañamazo poético donde se integran autores y estilos de muy diverso origen, tendencia y finalidad; nombres que dan idea exacta de la ambición y generosidad de un editor cordobés digno de todos los reconocimientos.

En este nuevo ciclo, acaecido en 2015, quince poetas han dejado su huella perdurable porque --como afirmaba Cayo Tito en uno de sus discursos dirigidos al senado romano-- verba volant scripta manent ("las palabras vuelan, lo escrito permanece"): Rafaela Hames, con Barakah , convirtiendo su íntimo clamor en un grito sincero que nos alcanza a todos; Antonio de Egipto y sus Verdades universales , litigando porque algún día nos salvaguarde el nuevo orden del mundo; José Luis Campal, proclamando sus Pancartas sin mordaza, sin miedo, esgrimiendo como razón sin impostura la justicia que no existe; Fernando Sánchez Mayo, exuberante y barroco en La caligrafía y su hendidura , poseedor de un universo privativo donde compiten fuerzas y deseos; José C. Calero y El amor según Godard , onírico, arriesgado, mezclando realidad y sueño, imágenes y nombres, ritmos y lenguajes; Enrique Barrero Rodríguez, fecundo y directo en su Cuaderno de crepúsculos , el clasicismo convertido en memoria, en nostalgia, en silencio, en vida y en futuro; José Luis García Clavero, con sus Grises y azules , buscando apasionadamente ese espacio agridulce donde sentir y ser y transformarse; Fernando Serrano y las Perdidas hojas sueltas , poblando de luz los recuerdos, las miradas, los lugares donde el dolor y el gozo se disuelven; Soledad Zurera, hímnica e iconoclasta, legándonos de nuevo, con El dedal de María , su delicado aroma de irónica tristeza; Carlos Clementson, eterno enamorado de la poesía, dejando que aflore en su Rapsodia ibérica 1 el oloroso acento a mar donde se cruzan el Mediterráneo y el Atlántico; Bartolomé Delgado Cerrillo, penetrando la Sustancia de instantes , avanzando tenaz y porfiado en el denso boscaje de los signos; Rafael Ruiz, evocándonos los ecos de la gongorina Soledad primera , adviniendo con pie firme, solitario en su luz, luciente en su soledad; Javier Sánchez Menéndez, imprecándonos sin ambages en Perdona la franqueza , habitante del fuego, forjado en la emoción, compartiendo la vida, hiriendo la palabra; Francisco Onieva, acercándose a la piel de los amantes en Frontera, tú , sereno y sobrio, pero ardido por dentro como un volcán oculto; y, finalmente, Ginés Liébana, adolescente eterno, agotando las formas porque "A la poesía, por su vecindad con el bostezo, le sobran las palabras", genial y sorprendente, sin un mínimo atisbo de cordura.

La creación necesita editores con la intuición y pasión poética de Calixto Torres porque, desde el intimismo al desarraigo, desde la concepción más académica a las concepciones más vanguardistas, la poesía sigue su rumbo, incomprendida la mayoría de las veces por su forma insurrecta e inopinada de manifestarse pero siempre sensible a la verdad, la bondad y la belleza.