Seguramente no se ha apagado aún el eco de aquella primera novela de Luis Enrique Sánchez (Peñarroya-Pueblonuevo, 1953) con la que obtuvo su primer reconocimiento y gran éxito de lectores titulada El tesorero de la Catedral . Esta, sin duda, fue el punto de partida para que su autor probara nueva suerte en otra segunda y reciente entrega que es Espectros en Trassierra , en la que no solo aglutina también ingredientes suficientes para cautivar, sino a la vez méritos más que sobrados para ascenderlo al Olimpo de los narradores cordobeses actuales, formando grupo con aquellos que han elegido la temática histórica para conformar el entramado de obras de ficción --no se olvide que el autor es un documentalista e investigador de primer orden-- que tienen en aquella su apoyo y su arranque narrativo. Esto, sin ir más lejos, es algo que ya Luis Enrique Sánchez explica y justifica en su Nota del autor , con la que para su mejor legibilidad cierra un cautivador argumento cuyo interés no decae en ninguna de sus ágiles y bien narradas trescientas páginas. Y no exagero si afirmo que desde su primera línea, a partir de la cual se introduce al lector en el comienzo de la acción, se advierte un estilo cuidado al máximo y depurado de elementos superfluos : "Lo que fuera eremitorio carmelitano aparecía ahora, en medio del bosque de encinares y quejigos, como una fortaleza rendida".

Tres personajes, Juan, Roque y el porquero Avelino, se mueven en un rápido preludio cuya ambientación ("Pero lo que sí me amedrentó algo fue lo de la otra noche...") nos sitúa muy pronto en un primer capítulo que presenta ya como escenario a la Córdoba de mediados del siglo XVII en un momento concreto, 1653, en el que la religiosidad, la pobreza generalizada y las creencias milagreras justifican el papel protagonista que va a adquirir el fraile Andrés Cardona, hombre de recto corazón integrante de una comunidad de carmelitas descalzos que pone todos sus afanes en rehabilitar un antiguo cenobio, el Desierto de San Juan, situado en la Trassierra cordobesa, en un paisaje de belleza idílica y agreste naturaleza delimitada por el silencio, la pureza del aire y el murmullo de las aguas del arroyo Bejarano. Las interesantes apreciaciones histórico--sociales y religiosas que van conformando el texto lo contextualizan en un tiempo muy cercano a la reforma carmelitana emprendida por Santa Teresa y San Juan de la Cruz, y sobre todo lo encauzan para que tenga como centro argumental un conjunto de sucesos maravillosos, milagrosos o paranormales que --según acota el autor, fundados en la realidad histórica-- han ocurrido en el citado eremitorio y por cuyo motivo se pretende rehabilitar o refundar tras años de abandono a la peor bajeza.

La estructuración frecuentemente dialogada de los capítulos, que a la vez alternan fragmentos narrados del mejor estilo y de la más oportuna acotación descriptiva, van asentando el valor y el carácter de importantes personajes, entre ellos fray Cardona y fray Anselmo, cuyo debate dialéctico concluye en el pasaje en que se intenta probar la certeza de los citados hechos prodigiosos que han causado admiración y devoción entre las clases populares, razones que esgrime fray Cardona al decir que "Dios nuestro Señor nos está manifestando con sus signos que quiere que sea reconstruido de nuevo el convento para su alabanza".

El realismo geográfico --se atiende a parajes como arroyo del Moro o la cortijada La Aguardentera--, el detallismo ambiental moteado de bucolismo --"le llamó la atención ver cómo una de sus ramas se estremeció al posarse en ella un pájaro"--, y la concreción de numerosos lugares de la ciudad de Córdoba, hacen avanzar unos capítulos en los que el lector encuentra rigurosidad histórica --pueden verse las críticas a la conducta corrompida de sacerdotes y gobernantes--, puntualizaciones al malvivir del pueblo llano --que a veces se ampara en la bravuconería de individuos como Guillermo el Correas--, nombres influyentes de la sociedad cordobesa --se cita, por ejemplo, a Beatriz de Haro y al corregidor Juan Vélez de Guevara y Salamanca--, y un sinfín de oportunas menciones de época --como el proceder de la ramera La Pavira--. Y todo este conglomerado socio--histórico desemboca enseguida en un acontecimiento central que es el episodio del juicio (capítulos VII y VIII) en que se calibra la verdad o falsedad de los supuestos milagros y a partir del cual la fama de fray Cardona quedará definitivamente asentada: "Todos querían tocarle, besarle el escapulario, entregarle sus donativos".

A partir de este momento que induce al restablecimiento de la vida monástica en Trassierra se abre una nueva etapa para fray Cardona, cuya existencia y fe se ven en ciertos pasajes alteradas bien por la concupiscente presión de la joven Mencía bien por la envidia de su oponente fray Horacio. Es de este modo como se enriquece y varía un argumento que transcurre en el lapso de varios años y concluye con los consecuentes cambios de acción y personajes y con los sucesos históricos que acaecen en Córdoba en 1665, materia narrativa ya de un epílogo que renueva las denuncias sociales o religiosas y que ofrece inesperados indicios de la paternidad supuesta de fray Cardona y de otros nuevos prodigios paranormales en el lugar del eremitorio de Trassierra.

Ante el lector y el crítico no pasan desapercibidos ni los innegables méritos literarios de esta obra ni los variados recursos de base histórica que la sustentan, apoyados alguna vez en el humor, como cuando se ridiculiza la incomprensión del lenguaje judicial, otras en refranes y letrillas ("por fornicar y andar desnudo no ahorcaron a ninguno"), en ocasiones en detalles como la forma de alimentar a los apestados o el peligro por las partidas de bandoleros. Que Luis Enrique Sánchez ha conseguido una novela de evidente raigambre histórica lo demuestran tanto su recreación del léxico del siglo XVII (almohazando, barjuleta, tabuco) como lo referente al modo de pensar y actuar de una comunidad de religiosos convulsionada por su propio devenir espiritual y, en relación con ella, por las creencias del pueblo en aquel momento tan acosado por la pobreza y la mendicidad y necesitado, por tanto, de milagros o prodigios para sobrellevarlas; en la realidad, como apostilla el autor, encontramos aquí al hombre del barroco que, "ante su angustia, pesimismo y sufrimiento, trataba de aferrarse a los signos extraordinarios, a visiones beatíficas, como el único lenitivo y recompensa a su desdichada vida".

'Espectros en Trassierra'. Autor: Luis Enrique Sánchez. Edita: Nizam. Córdoba, 2013.