Calenda verde

Van Gogh, los girasoles y el jopo

En primavera brotan en los campos unas extrañas plantas con aspecto de espárrago que pueden parasitar algunos cultivos como los girasoles, tan presentes en la obra del prestigioso pintor neerlandés

Una de las variedades de jopos que se pueden ver en Córdoba.

Una de las variedades de jopos que se pueden ver en Córdoba. / AUMENTE

José Aumente Rubio

José Aumente Rubio

Vincent Van Gogh era un artista atormentado, conocido por sus luchas emocionales y sus problemas de salud mental. Sin embargo, durante un corto período de tiempo experimentó cierta estabilidad y gran creatividad. En 1888 Van Gogh alquiló una casa en Arlés e invitó a su amigo Paul Gauguin a unirse a él, con la esperanza de fundar una comunidad de artistas. Como gesto de hospitalidad, y movido por una profunda necesidad de conexión humana y deseo de amistad, Van Gogh pintó una serie de girasoles para decorar la habitación de Gauguin antes de su llegada, porque para él representaban la luminosidad y la vitalidad. Desafortunadamente, la estancia de Gauguin en Arlés resultó tumultuosa, y la relación entre los dos artistas se volvió cada vez más tensa, llegando a su punto álgido el 23 de diciembre, cuando en la mitad de una discusión, Van Gogh amenazó a Gauguin y acto seguido se cortó una oreja con una navaja, para luego llevarla al burdel Rue du Bout. Después de este encontronazo, Gauguin abandonó Arlés, lo que sumió a Van Gogh en un estado emocional de profunda angustia, su genio desapareció y sintió como si su energía creadora le hubiera sido succionada y se hubiera quedado bajo mínimos. Sus famosos girasoles pasaron a encarnar entonces la frustración y el desencanto que le supuso el rechazo del que creía su amigo.

Un insidioso parásito vegetal

Llegó la primavera, y en los campos que le sirvieron de inspiración puede que los girasoles también se fueran quedando sin energía, mostrando un aspecto raquítico y marchito. El causante del mal se podía ver en la base de los tallos. Allí se erguía una extraña planta, con aspecto de espárrago y con sus hojas convertidas en escamas. Pero el drama sucedía bajo tierra. Ese vampiro sin escrúpulos, conocido vulgarmente como jopo del girasol y de nombre científico Orobanche cumana, es un insidioso parásito vegetal que no tarda en insertar unos tubos libadores, conocidos como haustorios, en el sistema vascular de su hospedadora y comenzar a succionar su savia sin ningún miramiento. El atosigante fervor de ese aprovechado «chupasavia» puede entorpecer el normal desarrollo de su proveedora, hasta el punto de poner en peligro su supervivencia. Si las circunstancias le son favorables, llega incluso a convertirse en una plaga destructiva, que compromete el rendimiento de los cultivos, poniendo de manifiesto que hasta en el más bucólico y paradisiaco paisaje tiene lugar una brutal y despiadada lucha por la supervivencia.

Las plantas se definen como autótrofas (del griego autos, «por sí mismo», y trophé, «comida»), esto es, capaces de producir sus propios nutrientes. Tendemos a pasar por alto su prodigiosa capacidad de transformar la luz del sol en azucares que les sirven de sustento. Solo por eso ya merecerían nuestra más absoluta admiración y ser consideradas muy superiores a nosotros, ya que los humanos somos absolutamente dependientes de ellas. De ahí que también la autosuficiencia sea considerada una de las cualidades distintivas de los sabios y en todas las tradiciones culturales se cuenten historias de místicos que viven si ingerir alimentos. Con una evidente exageración, podríamos decir que esos hombres santos, esos iluminados, son como humanos fotosintéticos, capaces de nutrirse de la luz. Del mismo modo podemos encontrar el caso contrario, plantas que parecen actuar como humanos. Hasta hace pocas décadas no hemos empezado a ver los comportamientos de las plantas desde otra perspectiva y a considerar la posibilidad de que experimenten dolor, se comuniquen con sus congéneres, manipulen a miembros de otras especies, modifiquen su entorno físico y resuelvan problemas adaptativos haciendo gala de un ingenio sorprendente; y un buen ejemplo lo tenemos en los jopos. Estas plantas parásitas se salen de la norma porque al no tener clorofila no pueden realizar la fotosíntesis, y, por tanto, necesitan un huésped, en este caso el girasol, del que alimentarse extrayendo agua y nutrientes. Los jopos no sólo se infiltran en las raíces del girasol para comer sin ser invitados, otros muchos cultivos y plantas silvestres se ven afectados por varias especies del género Orobanche. Al menos doce tipos diferentes de jopos podemos encontrar en el término municipal de Córdoba. Entre ellos, Orobanche minor, que contiene un compuesto químico, el acteósido, que es un potencial remedio frente al alzhéimer, convirtiéndolo en una de las más firmes promesas naturales para el tratamiento de esta enfermedad.

Pero retomemos el relato del inicio. ¿Qué ocurrió después con Van Gogh? El alcoholismo y problemas mentales lo llevaron a reclusiones periódicas en el sanatorio para enfermos mentales de Saint-Paul-de-Mausole. Finalmente, la tarde del 27 de julio de 1890, durante un período de internamiento, Van Gohn puso fin a su existencia descerrajándose un tiro en el pecho. A pesar de que estaba convencido de que había fracasado como artista, pasó su última semana en este mundo trabajando con una perseverancia no exenta de desesperación en un óleo que se conoce como Raíces. Su crisis creativa y vital se resume en la frase que escribió poco antes de suicidarse: «mi vida está herida en su misma raíz». Más que un paisaje, se trataba del testamento de alguien que padeció el desarraigo de múltiples formas y, por más que lo intentó, no consiguió que enraizaran sus esperanzas. Mientras acariciaba la idea de cortar de raíz su vida, pintaba esas tortuosas formas vegetales hundiéndose en la tierra arcillosa del bosque, inquietante imagen de raíces atormentadas y quizás también esquilmadas, donde resuena el expolio que también pudieron sufrir sus queridos girasoles por culpa del jopo.

Cuervos de la noche

Desde mayo hasta principios de julio tiene lugar la puesta de los martinetes, aves zancudas que suelen formar colonias de cría junto con otras especies de garzas. Se trata de una especie mayoritariamente estival en la península Ibérica, cuyos efectivos permanecen entre nosotros de marzo a octubre, para emprender entonces un viaje migratorio que los llevará hasta sus zonas de invernada en África tropical. Sin embargo, el número de ejemplares invernantes ha ido en aumento en las últimas décadas y, por ejemplo, en los sotos de la Albolafia -que alberga una colonia reproductora que puede ser cómodamente observada en el mismo centro de nuestra ciudad- se les puede ver prácticamente durante todo el año.

El nombre de martinete hace referencia al penacho de plumas blancas que lleva en la cabeza; aunque, más curioso si cabe, es su denominación específica. Resulta que los martinetes emiten un áspero sonido cuando vuelan, y que recuerda al graznido de los cuervos, por este motivo, y dados sus hábitos nocturnos, esta garza ha sido bautizada científicamente como Nycticorax, palabra latina derivada a su vez del griego, que significa literalmente «cuervo nocturno», seguramente en referencia a aquella ave mítica denominada Nuktikorax, que Aristóteles describió como pájaro de mal agüero.

A lo largo del día suele permanecer oculta entre la vegetación, aunque durante la época de cría no es raro que tenga que optar por cazar también a plena luz para saciar el apetito de su pedigüeña prole. Muy ligado a la existencia de riberas bien conservadas y de humedales con abundante vegetación palustre, el martinete parece mostrar algunos síntomas de recuperación después de años de declive.

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