Ganado: toros del Puerto de San Lorenzo, grandes y desiguales de presencia, bajos de raza, justos de fuerzas y de poco juego.

Enrique Ponce: dos pinchazos, estocada y descabello (ovación tras aviso); y estocada desprendida (aviso y oreja con fuerte petición de la segunda).

Diego Urdiales: media y tres descabellos (ovación); y media perpendicular, pinchazo, otra media perpendicular y delantera, y tres descabellos (ovación tras dos avisos).

Iván Fandiño: seis pinchazos y descabello (silencio); y cogido por el sexto en la muleta, lo mató Ponce de pinchazo hondo y descabello (silencio).

Enrique Ponce dictó ayer en Bilbao una lección magistral al cortar una oreja de mucho peso a su segundo toro, mientras que Iván Fandiño y su banderillero Mario Romero protagonizaron la otra cara de la tarde, al caer heridos ambos en el mismo toro, el sexto. Hubo paseíllo sin música y un minuto de silencio antes de romper filas las cuadrillas para recordar la muerte de Manolete hace 63 en Linares.

Corrida con olor a cloroformo, como antiguamente se decía, por las dificultades de los toros. Corrida además muy astifina. En cierto modo fue un alivio que la mayoría de los toros empujaran poco. Aún así pasaron un trago gordo los toreros. Y al final se consumó la tragedia. En un descuido cuando citaba en la tronera del burladero cayó primero el banderillero Mario Romero --con dos cornadas en rodilla y zona inguinal-- , y más adelante fue su jefe de filas Iván Fandiño quien resultó alcanzado por el mismo toro en el muslo derecho. Esa hubiera sido la historia de la tarde si no es porque con el toro más potable Ponce dictó una magistral lección.

El de Chiva, que celebraba su 50 paseíllo en esta plaza, quiso hacerlo a lo grande. La suerte de que fue a parar a sus manos el toro con más opciones del envío, el único que realmente se dejó, el cuarto. El mismo Ponce no pudo con el primero, un toro mansón que se quedaba corto, y que le obligó también a tomar precauciones. Ponce nunca pasó del pitón de acá.

El cuarto, ya está dicho, fue la excepción, porque humilló y desplazándose largo. Ponce lo toreó a placer. Desde las mismas probaturas lo llevó muy cosido a los vuelos del engaño. Y sin molestarle. El toreo a derechas fue un primor. Exactamente tres tandas por ese lado de categoría por la suavidad, el temple y el buen gusto.

Antes de cambiar al otro pitón, una trinchera y un cambio por delante encadenados al primer natural, en el que el toro pareció protestar queriendo romper el ritmo, algo descompuesto. Mas Ponce lo desengañó enseguida, obligándole a ir por donde no quería. Y con una estética resplandeciente. La plaza se venía abajo por tanta belleza, dulzura y armonía torera. Se multiplicó el clamor. Con la oreja en la mano, la vuelta al ruedo de Ponce fue inenarrable por lo ceremonial y la pasión por parte de todos, del público y del propio torero.