Meritxell Feliu, de 33 años, fue madre el 10 de agosto del 2011 y dos semanas después llegó a casa con dos hijas, Nuria y Marta, que, según como, parecían una sola. Las vistió con jerseys y vestidos para niñas de más edad, siempre con botonadura delantera, y se organizó para extraerse la leche que suministra a las niñas con dos biberones, siempre simultáneos. Tras el choque inicial, sintió que tenía dos hijas en circunstancias peculiares. "Para mí, cuando estaba sola, siempre fueron dos bebés, y muy diferentes --explicó ayer--. Cuando salía a la calle con ellas, la gente me paraba y quería verles el cuerpo. Al principio, me molestaba".

La abuela

No resulta fácil asumir el cuidado de dos hijas siamesas, que no tienen padre pero sí una abuela, Puri, dispuesta a ejercer como cabeza de familia. "El día que vi en la ecografía que en mi vientre había dos cabecitas, me asusté. Cuando, encima, vi que estaban unidas por el vientre, me entró pánico". Puri siempre tuvo claro que aquel embarazo era una bendición que debía proseguir. "Yo lo acepté, y es lo mejor que he hecho en mi vida. Primero, asumí que venían dos, y luego, lo otro. Me habían advertido de que no era un embarazo con buen pronóstico".

Pasaron los meses, y madre e hijas crecieron y se conocieron. "Nuria siempre ha sido muy independiente", explicó la madre. El día de la separación quirúrgica sin duda quedará en el recuerdo de las niñas, aseguró el cirujano José Luis Peiró. "Una vez separadas, estuvieron en dos camillas paralelas y cuando las poníamos de espalda, lloraban. Solo se calmaban estando cara a cara".

El tipo de enlace embrionario que sufrieron en sus primeros días de gestación --unidas en el hueso del esternón, compartiendo solo un órgano vital, el hígado, y enlazadas a su madre por un cordón umbilical-- ha facilitado su excelente evolución, explicaron los médicos. Todos sus órganos son ya independientes.