Esperadme porque yo estoy en la Tierra. Supongo que corretearéis por el cielo. Yo os protegeré desde aquí porque a los tres es difícil vigilaros". David Sanz tomó ayer la palabra al finalizar las honras fúnebres por sus hijos de un mes y medio, 3 y 5 años, y por su esposa, Olga Acebes, de 37, que fallecieron en la explosión de gas que ocurrió la noche del jueves pasado en Tarragona.

Unas 2.000 personas asistieron a la ceremonia, en la catedral. El arzobispo, Jaume Pujol, también tuvo un recuerdo para la quinta víctima del siniestro, Josep Biendicho, de 47 años, que residía en el piso donde se produjo la deflagración.

David Sanz rehusó sentarse en el lugar que le habían reservado y permaneció junto a los féretros de sus seres queridos. Depositó encima de cada uno un objeto. El mismo lo explicó con la voz quebrada: "Raúl, tú te llevas el camión que era mío cuando era pequeño. David, las canicas, no las pierdas. Sergio, tú el chupete, y la mamina, mi teléfono móvil para que me llame cuando lleguéis al cielo. Un beso".

Las autoridades presentes intentaron consolar a los allegados. El alcalde de Tarragona pidió celeridad en las investigaciones sobre lo sucedido "porque se trata de un hecho que ha generado tristeza y preocupación".

La policía trabaja para desentrañar la causa de la mortal explosión, "aunque cada vez toma más cuerpo la hipótesis de que se trató de un suicidio", según indicó una fuente policial. La base de esta hipótesis es la gran cantidad de gas que se había concentrado en el piso de Biendicho --un biólogo de 47 años que padecía una depresión-- y el hecho que éste no diera la alarma al oler el escape.