RESUMEN DEL 2022

Terror en el hipermercado

Apenas unos boquerones, nada de carne y unas fruslerías, total, más de 200 euros. Y se me viene a la memoria Alaska, que me canta al oído...

Un cliente empuja un carrito por un pasillo de un supermercado.

Un cliente empuja un carrito por un pasillo de un supermercado. / CÓRDOBA

Rafael de la Haba

Rafael de la Haba

Una moneda, la lista de la compra y un carrito... Acabo de echar gasolina. Me han preguntado si me aplicaban, por última vez, el descuento de los 20 céntimos o me lo servían. Les he dicho que me lo descuenten, sin pararme a pensarlo, porque, al fin, lo que uno busca es el alivio de creer que está ahorrando por algún lado... No es reflexión baladí ahora que empujo el carrito por los pasillos del súper. Me siento como si estuviera en un túnel del viento, arrastrado por la corriente hiperinflacionista cabalgante que sopla por todos los frentes y que me despega los pies del suelo para terminar dándome de bruces en la caja. Y voy cargando el carrito con lo justo, lo imprescindible, cuatro fruslerías y poco más. Paso de puntillas por la pescadería, donde el plateado de las escamas reluce como el oro. Ni me paro en la carne. ¿Fruta? Madre mía la fruta... Y el carro medio lleno. O medio vacío. Depende del color de mi estado de ánimo con el que lo mire. Y me acuerdo de Putin. Del hijo de... Y veo al fondo Ucrania, y siento impotencia. Y distingo tras la desgracia ajena el aprovechamiento de unos pocos. Los de siempre. Los que juegan con el dolor para llenar sus bolsillos al calor ruso, parapetados en la excusa del inquilino del Kremlin. Son los que disparan los precios, los que usan de escudo las tensiones del mercado internacional para oprimir al trabajador-consumidor. Ese al que el empresario le dejó congelado el sueldo hace años y que ha visto cómo su nivel de vida se ha ido recortando. «Esto es como lo del euro» -escucho en la cola de la caja-, aquella crecida de precios al cambio que no volvió a retroceder. «Ahora tampoco lo hará», lamentan en un coro de queja sostenida. Así es que el pronóstico es que se quedará instalada la locura del precio de la barra de pan, el peaje insufrible del aceite y lo inadmisible de la docena de huevos... Que manda huevos... Y llego a la cinta de la caja con el carrito medio lleno. O medio vacío. Y la cajera suma y suma. Y mientras la veo pasar códigos de barra me acuerdo de Montero, de Irene, la ministra de Igualdad, y del cabreo de los precios paso al bochorno de las consecuencias, advertidas y no atendidas, de la ley del solo sí es sí... ¡Menuda chapuza! Y la cajera me susurra: apenas unos boquerones, nada de carne y unas fruslerías, más de 200 euros. Y Alaska y los Pegamoides me cantan al oído: «Terror en el hipermercado, horror en el ultramarinos…». Pero la prioridad era derogar la sedición y reformar la malversación. Pues nada, lo que diga Rufián, Gabriel, el chico de ERC... Y ya en el coche pongo la radio. Habla Alfonso Guerra. Dice estar «decepcionado» con Sánchez, Pedro, el presidente del Gobierno; que ha hecho justo lo contrario de lo que decía; que ha dejado «desprotegida a la democracia» de tanto contentar a sus socios... Se viene un nuevo referéndum. Y de repente, oh casualidad, el anuncio de rebajas del IVA en alimentos básicos. Siga la bolita, cubilete por aquí, cubilete por allá, adiós a los 20 céntimos, hola al IVA, lo comido por lo servido, y las cuentas que no salen.

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