Opinión | Hoy

El convento de Santa Marta

Es otra joya de nuestra historia y nuestros monumentos

Es otro íntimo oasis de espiritualidad que sostiene nuestras vidas en Córdoba. Y nos sostiene en silencio, de una manera tan humilde y entregada que resulta imperceptible. Ahí lo llevamos, sin apenas tener conciencia de que poseemos ese tesoro, en otra escondida calleja, mientras la ciudad pasa cada día junto a él con su tráfago de afanes. Además, es otra joya de nuestra historia y nuestros monumentos. Por eso, ojalá no reparen en él estos bárbaros que con el nombre de restauradores vienen asolando y arrasando el alma de Córdoba. Fue fundado en 1464. Así que casi seiscientos años de historia ininterrumpida. Y ahora sólo lo vivifican dos monjas, dos mujeres, sor María de Gracia, con sus 83 años, y sor Fátima, con 96. Yo, cada noche de frío, cada día de lluvia, me pregunto cómo pueden mantenerse estas santas en esa soledad. Y siempre me responde el misterio. Porque estas dos mujeres son otro sostén de mi fe; se limitan a ser fieles a la llamada del Espíritu Santo, y lanzan cada día, con cada oración, sobre Córdoba, sobre el mundo, la semilla del amor. Ellas no saben cuánto me ayudan y acompañan. Porque, al yo pensarlas en esa entrega, se alimenta mi fe, pues no encuentro otra explicación más que la asistencia del Espíritu Santo, más que la asistencia de algo superior, para que puedan mantenerse vivas, en su rutina, en su oración, en una vida entera así, día a día. Yo me las imagino con sus penurias cotidianas, y no sólo físicas, sino, sobre todo, de sus personas, cuando les venga algún achaque, cuando deban acudir al pan nuestro de cada día, cuando la soledad les aliente algún miedo. Entonces, gracias a ese ejemplo vivo, sin nada de vueltas mentales, es cuando palpo eso de que nuestro Padre del cielo sostiene a sus criaturas, a los que no buscamos otro apoyo más cierto ni más seguro que su amor. Estos dos ejemplos de espiritualidad me sirven para no caer en el espejismo de buscar el apoyo en todo lo que siempre, siempre falla: el dinero, el poder, el prestigio, las relaciones humanas; y más, en el día a día: un buen coche, un buen seguro, un buen sueldo... Siempre me sonrío cuando me vienen con la trampa de que me costee un seguro de vida. ¡Semejante patraña! Yo siempre he preferido vivir bajo el código de las Bienaventuranzas, ese código programático que constituye el reino de los cielos. Me lo repito continuamente, sobre todo en los momentos en que mi alma, acosada por las incertidumbres, por las zozobras y por las penurias, es tentada a extraviarse: «Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey». ¿Y qué rey o presidente me da más fidelidad, más apoyo, más amparo y más seguridades?.

  • Escritor

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