Opinión | Para ti, para mí

Cristo o “el amor que transforma”

Ante el Crucificado, los discípulos habían puesto en cuestión cuanto vivieron con su Maestro

La Iglesia sigue celebrando y viviendo el «cincuentenario pascual», ofreciendo en la liturgia de la Palabra de sus Eucaristías, los hermosos pasajes de las «apariciones» de Jesús resucitado con sus apóstoles. Ante el Crucificado, los discípulos habían puesto en cuestión cuanto vivieron con su Maestro. Reniegan internamente del pasado común. Lo califican como una ilusión fraudulenta. La cruz les remueve la base de los recuerdos: las mil y una vivencias de las que quedaron cuajados los casi tres años intensos de trato con Jesús. Delante no hay ya camino, solo derroteros a ninguna parte. Desapareció el sueño, se esfumó el sentido. Se declaran definitivamente huérfanos de esperanza. Con estas o parecidas palabras describen los comentaristas al evangelio, la «situación anímica» en que quedaron los apóstoles tras la muerte de su Maestro. Por eso, el Resucitado, en varias de sus apariciones que vamos contemplando en estos domingos de Pascua, se encarga de «apuntalar» continuamente que Él es el mismo que el Crucificado que se quiere olvidar. Muestra su cuerpo, sus heridas y hasta su forma habitual de estar con sus discípulos.

Es él, el Maestro, el que ahora se ve. El papa Francisco, comentando el pasaje evangélico de este tercer domingo de Pascua que celebramos hoy, sintetiza en tres palabras, en tres verbos, lo que conlleva nuestro encuentro con Jesús resucitado: «Mirar, tocar y comer». «Mirad mis manos y mis pies», dice Jesús. «Mirar» no es solo ver, es más, tambien implica intención, voluntad. Por eso es uno de los verbos del amor. La madre y el padre miran a sus hijos, los enamorados se miran mutuamente, el buen médico mira atentamente al paciente... «Mirar es un primer paso contra la indiferencia, contra la tentación de volver la cara hacia otro lado ante las dificultades y sufrimientos ajenos», dice el papa Francisco. El segundo verbo es «tocar». Al invitar a los discípulos a palparle, para que constaten que no es un espiritu, -¡palpadme!-, Jesús les indica a ellos y a nosotros, que la relación no puede ser «a distancia», no existe un cristianismo a distancia, no existe un cristianismo solo a nivel de la mirada. «El amor pide mirar y tambien pide cercanía, pide el contacto, compartir la vida», subraya tambien el Papa. Y pasamos al tercer verbo, «comer», que expresa bien nuestra humanidad en su indigencia más natural, es decir, la necesidad de nutrirnos para vivir. Cuántas veces los Evangelios nos muestran a Jesús que vive esta dimensión, incluso como Resucitado, con sus discípulos. Hasta el punto de que el banquete eucarístico se ha convertido en el signo emblemático de la comunidad cristiana. «Comer juntos el Cuerpo de Cristo, dice Francisco, es el centro de la vida cristiana». Por eso, ser cristianos no es ante todo una doctrina o una idea moral, es una relación viva con el Señor. «Lo miramos, lo tocamos, nos alimentamos de él y, transformados por su amor, miramos, tocamos y nutrimos a los demás como hermanos y hermanas».

Fuera, en el ambiente, más crispación y más enfrentamientos. Como alguien ha señalado con acierto, «vivimos un tiempo en que no hay criterios morales, universalmente aceptados, que permitan distinguir lo correcto de lo incorrecto». María Elvira Lacaci condensó esta situación en un puñado de versos: «Empujar, derribar, pisar / a mis hermanos, / para marchar delante con mi palabra erguida». Y su bella conclusión: «Si la meta es común, / ¿por qué este desamor en la carrera?».

  • Sacerdote y periodista

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