Opinión | Cielo abierto

El barro

«No todo aquel que busca el sendero por calles de las procesiones lo hace... movido por la fe»

El olor de la tierra mojada tras la lluvia siempre ha tenido algo de alta redención, de vuelo justo. O siempre me lo ha parecido, que es a lo que más se asemeja la vida: a una percepción en la que uno trata de encontrar sus certezas. Ese aroma de barro que sube y nos recorre los pulmones como una exhalación que nos devuelve un estado anterior, esa pureza, antes de comenzar a poner nombre a todos nuestros cansancios y también a unos pocos fulgores salpicados que también son la vida. Esta lluvia salvaje nos ha salvado lo que necesitábamos, que es la supervivencia sin que los pantanos nos enseñen su vientre de aridez, ese lecho de tierra cuarteada que también nos revela nuestras propias ruinas. Sin embargo, esta lluvia también se ha llevado demasiadas cosas por delante para todos los hombres y mujeres que sacian en los pasos, y en el manto de luz de las imágenes, su sed de eternidad. No todo aquel que busca el sendero por calles de las procesiones lo hace, verdaderamente, movido por la fe: aquí hay otras cuestiones que también aparecen, desde el folclorismo al afán de apariencia. Sin embargo, si es auténtico, el sentimiento se nutre de un calendario que se espera a lo largo de un año. Cuando se vive para esas pocas citas, es inevitable no dotarlas de un sentido especial. Si luego se te esfuman, o te las arrebatan, te has quedado sin nada. Es lo que ha ocurrido con la lluvia: por un lado repara, por un lado nos sana, pero también nos quita de algún modo. Toda la vida es eso: estar preparado para un golpe que, además, no puedes negarte a recibir. Lo tienes que encajar y tratas de encontrar una ventaja donde sólo hay dolor. Y es otra manera también de respirar y seguir adelante, con el barro en los ojos. El agua purifica, el agua resucita: asumámoslo así. Y esquivar la sequía, por supuesto, es una bendición por la que también se paga un precio. Como las ocasiones que vendrán mientras sigas en pie, el olor de la tierra también se queda dentro.

*Escritor

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