Opinión | Cielo abierto

Manolo García

Un hombre alto sube por la galería central de un colegio. Se ve su silueta al fondo, donde comienzan las escaleras que descienden a las pistas de baloncesto. A los lados, junto a esas paredes de ladrillo que yo mismo he tocado de niño, cientos de alumnos, pequeños y también chicas y chicos mayores, se agolpan, gritan su nombre, lo aplauden al pasar. Ahora lo distingo: esbelto como siempre, con traje impecable como un Pat Riley cordobés, sube la galería, nuestra vieja espina del colegio Bética-Mudarra, el profesor y entrenador de baloncesto Manolo García. Es el día de su despedida. Sus compañeros y todos los alumnos de ahora mismo están ahí y es impresionante verlo y escucharlo en el vídeo que me envía mi amigo Juan Rodríguez. En estos tiempos caóticos, con el derecho al precio que se quiera vender, un viejo profesor que no parece viejo se despide después de 41 años de docencia. Yo lo sigo viendo permanentemente en chándal, joven y aguerrido, entrenando al equipo de las chicas o jugando con nosotros algún partidillo al mediodía sin fallar un tiro libre. También evoco al contador de historias, que nos hablaba de Quique Villalobos o sus tardes heroicas con el Colecor en el mítico pabellón de la Juventud. Un 4 duro con buen juego de pies, pero también el hombre que nos guio por La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, con el mapa en la mano de la literatura. El introductor del baloncesto en el colegio Bética-Mudarra, con mi también querido Ramiro Angulo, antes de otros buenos entrenadores como Antonio Bioque o mi amigo Pablo de Cabo. En fin, que ha sido fantástico y también lo es contarlo. En ese aplauso emocionante a Manolo García estamos también otros tantos cientos de alumnos y de jugadores que hemos crecido con él. Cuánto temblor cabe en solo un segundo cuando uno de los niños le pasa un balón, que Manolo ya no suelta, mientras se lleva la mano abierta al pecho. Muchas gracias, Manolo: no era sólo entrenar, sino enseñarnos a vivir.

* Escritor

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