Opinión | Para ti, para mí

El Pregón de la ruta cofrade cordobesa

El papa Francisco gusta de hablar con frecuencia de la felicidad, invitándonos a vivir una vida plena y que seamos realmente felices

La Semana Santa de Córdoba tiene tres hermosos «pórticos» que se abren como «arcos de luz y de esperanza». El primer pórtico es el Miércoles de Ceniza, cuando inclinando nuestras cabezas, recibimos un poco de ceniza, mientras escuchamos en «susurro divino» las palabras del propio Jesús de Nazaret, como argumento central de la Cuaresma: «Convertíos y creed en el Evangelio». El segundo pórtico lo alzan nuestras hermandades y cofradías con sus cultos solemnes ante sus imágenes titulares, antes de realizar la Estación de penitencia. Cada hermandad quiere mostrar su amor a Jesucristo, para poder mostrarlo después a sus hermanos. Y el tercer pórtico de la Semana Santa lo levantó anoche en el Gran Teatro, el pregonero, Juan José Primo Jurado, con emoción y unción, «con ilusión a flor de alma» y palabras iluminadas y brillantes». Así comencé anoche mi presentación de Juan José Primo, subrayando inmediatamente después, desde la orilla del afecto y de la amistad, los tres «destellos» principales de su persona: «La Cultura, la Comunicación y la Trascendencia». Estas tres «dimensiones» marcan los pasos de la vida del pregonero de nuestra Semana Santa, especialmente la «Trascendencia», porque él sabe muy bien que «una fe que no se hace cultura es una fe no suficientemente pensada, no totalmente acogida, no plenamente vivida», como nos dijera san Juan Pablo II, en su primera visita a España. En mi presentación, quise ensalzar la «voz del pregonero» de la Semana Santa, «porque es una de las voces más importantes que se alzan cada año sobre nuestra ciudad: Es la voz que a todos nos «representa», que a todos nos «anuncia», que a todos nos «conmueve», pero sobre todo, que a todos nos «ensalza». Anoche, el Gran Teatro de Córdoba se convirtió en Cenáculo, con la presencia de nuestro obispo, Demetrio Fernández, de las autoridades, de las hermandades y cofradías, de las multitudes anónimas que contemplarán el paso de nuestras imágenes por las calles. Y todos escuchamos con la máxima atención el Pregón de Juan José, que bien podemos calificar como el «pregón de la ruta cofrade cordobesa». Fue el pregón que recorrió en lírico paseo la historia de nuestra ciudad, sus rincones, sus tradiciones y los sentimientos más hondos de sus habitantes. «Esa Córdoba, subrayó con fuerza el pregonero, que se hace aún más eterna cuando los cordobeses visitamos a nuestros Cristos y nuestras Vírgenes en sus templos y los paseamos por sus calles, una vez al año y todos los días por nuestros corazones». Fue, sin duda, el pregón rebosante de historia por sus cuatro costados, aromatizado por la pinceladas culturales más hermosas y enriquecido esplendorosamente por el «bellísimo canto a cada imagen», que el pregonero convirtió una veces en «plegaria encendida» y otras en «canción esperanzada» desde las entrañas del más autentico humanismo cristiano. La Semana Santa de Córdoba quedó anoche definida y reflejada en un pregón que se albergará siempre en las entrañas más vivas de la religiosidad popular que proclaman, celebran y viven estos días nuestras hermandades y cofradías.

La Semana Santa, con sus tres escenarios bien definidos, --los templos, las calles y el corazón de cada persona--, constituye, sin duda, una fuente de «bienes espirituales y materiales». La meta final es la Pascua, la resurrección y la vida. El papa Francisco gusta de hablar con frecuencia de la felicidad, invitándonos a vivir una vida plena y que seamos realmente felices. Quizá por eso, en Andalucía, la Semana Santa mantiene un tono alegre y festivo, porque el creyente conoce de antemano su «final feliz». En uno de sus libros, titulado «Te deseo la felicidad», el Papa nos ofrece magistralmente, los «15 pasos que hemos de dar para alcanzar la felicidad». En síntesis, vale la pena conocerlos. Primero, «lee dentro de ti, porque nuestra vida es el libro más valioso que nos ha sido entregado y justo en él se encuentra lo que se busca por otras vías». San Agustín lo sabía: «Vuelve a ti mismo; en el hombre interior habita la verdad». Segundo, «recuerda que eres único, que eres única». Cada uno de nosotros es único a los ojos de Dios, así que no nos dejemos homologar, no estamos hechos en serie. Tercero, «¡deja salir tu belleza!». No la belleza dictada por las modas sino la verdadera. Cuarto, «aprende a reírte de ti mismo, sienta bien». Quinto, «sé una persona de sanas inquietudes, que estimulan los proyectos y las inquietudes, a no dormirse sobre los laureles». Sexto, «aprende a perdonar». Todos necesitamos misericordia. Séptimo, «aprende a leer la tristeza, aprende a escucharla». La tristeza hace las veces de un semáforo que nos advierte: «¡Detente!». Octavo, «sueña en grande». No te contentes con lo que toca. Noveno, «no prestes atención a los vendedores de humo». Décimo, «sé revolucionario, ve a contracorriente». Hay que rebelarse contra esta cultura que, en el fondo no te cree capaz de asumir responsabilidades». Once, «arriésgate, a costa de equivocarte». Doce, «camina con los demás». Trece, «vive la gratuidad. Dios da gratis». Catorce, «mira más allá de la oscuridad». Quince, «recuerda que estás destinado a lo mejor. Dios quiere lo mejor para nosotros, nos quiere felices». Así contempla el papa Francisco la senda hacia la verdadera felicidad. El poeta Bartolomé Lloréns definió el sentido personal que conlleva la Semana Santa, contando su vivencia en unos versos: «Te tuve en mis entrañas sepultado / tanto tiempo, Señor, sin conocerte. / Mas nuevamente en mí has resucitado».

* Sacerdote y periodista

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