Opinión | A pie de tierra

De tractores y sillas de ruedas

Nos estamos descomponiendo poco a poco y, cuando esto ocurre, no cuesta mucho presagiar el final

Vivimos tiempos extraños, perturbadores, inquietantes...; algo en lo que preferiría no insistir, pero resulta difícil evitarlo cuando asistimos cada día a nuevas y siempre mayores indignidades, que ponen las tripas del revés y hacen ineludible la pregunta: ¿hasta dónde llegaremos? Lo ocurrido hace unos días en el Congreso de los Diputados de España con motivo de la celebración de una jornada sobre la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), enfermedad incurable que hace pasar a quienes la padecen un auténtico calvario, es para sentir vergüenza, tristeza y mucha indignación. Con esfuerzo evidente, dadas las limitaciones terribles que padecen, varios afectados acudieron a la Sala Constitucional del Congreso bajo el lema ‘Por una regulación que garantice una vida digna a las personas con ELA’, con la pretensión de reclamar una ley que los ampare. La sala estaba atestada por familiares y pacientes, pero los diputados apenas llegaban a la media docena, algo que les afeó el representante de los enfermos, Juan Carlos Unzué, exfutbolista y persona sensata donde las haya, que no necesitó alzar la voz para poner en evidencia las carencias morales de quienes nos representan políticamente. Como él mismo dijo, debían tener «cosas más importantes» que hacer. Según parece, por criterios puramente económicos --mientras se dilapida el dinero en iniciativas a todas luces menos necesarias-- el Gobierno ha bloqueado una cincuentena de veces la proposición de ley aprobada por unanimidad en el congreso hace ahora dos años, que sigue durmiendo en un cajón el sueño de los justos mientras los enfermos padecen a diario el infierno en la tierra y mueren prematuramente por falta de ayudas. «No nos vale a los enfermos de ELA con las buenas intenciones, no nos vale con palabras bonitas; nosotros necesitamos hechos, necesitamos acciones, necesitamos que esa ley ELA se tramite ya y que esas ayudas estén al servicio de los afectados lo antes posible. Si algo no tenemos es tiempo... No pedimos ayuda para morir con dignidad, sino para vivir dignamente». Son palabras del mismo Unzué, erigido en portavoz de quienes sufren esta lacra y también de buena parte de los españoles, que apoyan sus reivindicaciones al tiempo que se alejan cada vez más de la política (la verdadera enfermedad degenerativa de nuestra época), en una desafección creciente provocada por la dudosa catadura ética y la falta total de empatía de quienes deberían ser ejemplares.

Mientras tanto, carreteras y ciudades siguen sufriendo bloqueos por parte de agricultores y ganaderos hartos de abandonos y abusos, que reclaman, en esencia, seguir cultivando sus tierras, criando su ganado y vivir dignamente de ello. Las razones de su levantamiento son muchas, a cuál más importante, y de momento cuentan con la comprensión casi unánime de la población, que sufre a diario las consecuencias de una inflación desbordada y desbordante, causa incluso de que muchos consumidores estén modificando --para mal-- sus hábitos alimenticios. El problema, complejo, se ve agravado por una climatología adversa, que nos tiene en manga corta en febrero y que anuncia (ojalá me equivoque) un verano tórrido y arrasador, sin agua siquiera para ducharnos. Es, alarmismos aparte, la evidencia palpable de la que se nos viene encima, por más que los responsables de tanta dejadez hagan como si no pasara nada, olviden que una de sus obligaciones sería prever que esto no suceda y estén esperando a enfrentar a la ciudadanía con los manifestantes. Por eso, éstos deberían ser muy cautos y seguir protestando pacíficamente sin caer en provocaciones. Lo contrario podría quitarles la razón, cuando de entrada la tienen toda. Vaya desde aquí mi solidaridad y mi aliento, porque un país sin un sector primario fuerte acaba convertido en un país dependiente.

A tan graves asuntos se han sumado en las últimas semanas otros muchos que provocan escalofríos y ejemplifican la miseria moral que se ha instalado en el mundo. Es el caso de las ejecuciones sumarias, al mejor estilo de la Guerra Fría; la corrupción feroz, que no cesa; los avances tan inquietantes como inciertos de la Inteligencia Artificial o lo ocurrido en Barbate, impotente todo un país al ver cómo sus fuerzas del orden peleaban contra lanchas de última generación a bordo de zodiacs de juguete. Estas personas visten un uniforme, pero lo hacen en representación del Estado y son hijos, hermanos, maridos y padres (o madres), en definitiva individuos que han perdido en el envite lo más grande que todos poseemos: la vida. ¿Cómo entender que determinados representantes públicos se negaran a condenar los hechos o a guardar un minuto de silencio? La doble vara de medir que se ha instalado en España; el silencio clamoroso de los voceros oficiales ante tamaños ejercicios de ignominia mientras se desgañitan con temas mucho menos trascendentes, es indicio inequívoco de una sociedad enferma. Nos estamos descomponiendo poco a poco y, cuando esto ocurre, no cuesta mucho presagiar el final. Menos mal que todavía quedan ejemplos como el de Juan Carlos Unzué. La paz y la bondad que reflejaban sus ojos es la mejor garantía de que aún existe esperanza.

*Catedrático de Arqueología de la UCO

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