Opinión | para ti, para mí

Cuaresma o «el tiempo de la misericordia»

Seguirá siendo una llamada al silencio interior, a la reflexión personal, al examen de conciencia y a la conversión a Dios

El obispo de la diócesis, Demetrio Fernández, alzó el telón de la Cuaresma en la Santa Iglesia Catedral, el pasado Miércoles de ceniza, imponiéndola a los miembros del cabildo, concelebrantes de la Eucaristía, y pronunciando una homilía, transida de unción cuaresmal, que comenzó con estas palabras: «La Cuaresma es el tiempo de la misericordia de Dios». El prelado transmitió a los fieles el argumento central de este tiempo penitencial: «Cuarenta días de preparación para la Pascua, el misterio central del cristianismo, abriendo de par en par nuestras vidas a la misericordia y al perdón de Dios».

En sus palabras, nuestro obispo quiso subrayar con fuerza el hondo significado de ese perdón, ya que «Dios no se cansa nunca de perdonar, ofreciéndonos su salvación en todos los momentos de nuestra vida». Asimismo, puso también de relieve en su homilía, el intenso significado de esas tres palabras que sintetizan tres actitudes para vivir la cuaresma: Oración, ayuno y limosna. «La oración nos abre a Dios, para que escuchemos su Palabra y hablemos con Él; el ayuno nos invita a «prescindir» de todo aquello que, de alguna manera, nos desvía de nuestro camino, de la misión que Dios nos ha encomendado; y la limosna tiene siempre la hermosa vertiente de la generosidad y de la solidaridad con los más necesitados». Finalizada su homilía, el obispo bendijo la ceniza, la recibió el primero de manos del deán-presidente del Cabildo catedral, Joaquín Alberto Nieva, y la fue imponiendo después a los fieles, mientras se cantaba el «Perdona a tu pueblo, Señor...».

Fue, sin duda, todo un pórtico de esplendor litúrgico para inaugurar la Cuaresma de este año, con tantas encrucijadas e interrogantes, y a la par, tantos dramas personales y sociales. El prelado quiso colocar también en sus palabras, la «brisa de una fuerte esperanza», con esta frase tan cercana y popular: «Esto nuestro tiene solución». «Durante cuarenta días nos preparamos para la Pascua y durante cincuenta días celebramos la Resurrección. Son cuarenta días que recuerdan los cuarenta años en los que el pueblo de Dios viajó en el desierto para regresar a su tierra de origen. Y también los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto, el lugar donde Dios habla al corazón del hombre, y donde brota la respuesta de la oración», afirmó tambien el prelado, poniendo de relieve la importancia que tiene para los cristianos, ese «abrir nuestro corazón a Dios», que nos ofrece la «verdadera solución»: «El perdón de nuestros pecados, la misericordia a todas las situaciones de nuestra vida, su compasión y su ternura infinita». La Cuaresma en estos tiempos de tantos gritos no escuchados y de tantos problemas no solucionados, seguirá siendo, en su esencia más viva, una llamada al silencio interior, a la reflexión personal, al examen de conciencia y a la conversión a Dios. El papa Francisco, contemplando este tiempo nos dice que «la Cuaresma es un viaje de regreso a Dios». El «viaje de la Cuaresma, subraya Francisco, es un éxodo, es un éxodo de la esclavitud a la libertad. Hoy bajamos la cabeza para recibir las cenizas; cuando acabe la Cuaresma nos inclinaremos aún más para lavar los pies de los hermanos. La Cuaresma es un abajamiento humilde en nuestro interior y hacia los demás». En su Mensaje para la Cuaresma-2024, que lleva por titulo, «A través del desierto nos guía a la libertad», el Papa pone especial énfasis en «no quedarnos con los brazos cruzados, ya que es tiempo de actuar, y en cuaresma actuar es detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido.

Por eso, la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan, movilizando nuevas energías, percibiendo a los demás como hermanos y hermanas, y en lugar de amenazas y enemigos, encontrarnos a compañeras y a compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos, cuando salimos de la esclavitud».

Al igual que la Catedral de Córdoba alzó el telón de la Cuaresma, ahora en nuestros templos parroquiales y conventos, las Hermandades y Cofradías celebrarán sus cultos solemnes en honor de sus imágenes. Antes de mostrarlas a la gente, por las calles, en sus estaciones de penitencia, las propias hermandades quieren «contemplarlas en los cultos», en toda su belleza y espiritualidad como «mediaciones de la humanidad del Señor y de su Madre Santísima».

Al terminar la celebración de la Catedral, el pasado Miércoles de Ceniza, me vino a la memoria, una vez más, el conocido poema de nuestro poeta por excelencia, Pablo García Baena, titulado «Ceniza», que dedicó al padre Gerardo de Jesús O.C., sobre todo, su saludo de esperanza, al comienzo, en los primeros versos: «Otra vez tu ceniza, Señor, sobre mi frente... Polvo soy que algún día volverá hasta tus plantas», y ese final tan ardiente como arrebatador, escrito desde la fe más profunda del poeta: «En tu ceniza viva todo incendio que se levante en mí y que tu lava abrase mis mármoles paganos, la púrpura soberbia de mis templos…».

Y podemos añadir nosotros, completando los deseos del poeta: «Sí, Pablo, serán ceniza, mas tendrá sentido, / polvo serán, mas polvo enamorado».

* Sacerdote y periodista

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