Opinión | HOY

Newton y Aucorsa

Ustedes dirán que, con lo que está cayendo, venga yo ahora a juegos de palabras. Pero es que es el último reducto que nos queda a los que vivimos en las bienaventuranzas, a los que constituimos eso que éramos el pueblo y que últimamente, para acabar de amasarnos, nos dicen la ciudadanía. Me refiero a que cada vez que tomo el autobús compruebo la mecánica que Newton desarrolló en su ‘Principia mathematica’. Así, nosotros, pueblo, que no poseemos más narices que el transporte público, comprobamos cada día eso del movimiento uniformemente acelerado, eso de la fuerza centrífuga en una curva, eso de que fuerza es igual a masa por aceleración. Yo he visto rodar abuelos por el suelo de Aucorsa, con la envestida al ponerse en marcha o al frenar un metro antes de llegar a la parada. Yo he visto a la abuela caer impotente sobre el asiento, por esa aceleración que obliga a sentarse; yo he visto la silla de ruedas, el cochecito de la madre, la mujer en ayunas, con fiebre, que va al hospital a hacerse unos análisis. Yo les puedo asegurar que rezo cada día cuando salgo de mi casa, para suplicar al cielo que me otorgue un conductor que sepa que no va solo con su coche, que no se acelera con un semáforo en ámbar ni se toman las curvas como en un circuito de carreras o en los dibujos animados. Y mira que mi amor por la humanidad me susurra que pobre conductor, impelido por los de arriba a cumplir un horario, acuciado quizás por sus problemas de vejiga, agobiado porque ha discutido con la parienta, que siempre está con que le duele la cabeza; que tiene que aguantar cada día los virus de todos y las groserías de algunos. Pero, claro, siempre paga el pueblo. Porque les aseguro que no he conocido experiencia más humillante que viajar en manos de alguien que nos lleva como quiere, como ganado al matadero o a un campo de exterminio. Angustiado, me bajo del autobús dos paradas antes de mi destino. Pero quiero sugerir una solución. Creo que la solución está en que los señores gestores, media hora cada día, desciendan de su despacho para convertirse en pueblo, en anónimos, en masa, y dediquen esa parte de su jornada laboral a viajar con nuestro Aucorsa. Seguro que comprenderán la mecánica de Newton y sus consecuencias en los pobres cuerpos y en las pobres almas.

 ** Escritor

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