Opinión | EDITORIAL

La guerra llega al mar Rojo

«En lugar de avanzar hacia un alto el fuego en la crisis iniciada en Oriente Próximo, se multiplican los frentes internacionales del conflicto

Puerto de Aden, en Yemen.

Puerto de Aden, en Yemen. / EP

Con el bombardeo, repetido ayer otra vez, por Estados Unidos y el Reino Unido de una decena de emplazamientos hutís en Yemen se da un paso más hacia el cumplimiento de los peores vaticinios sobre la extensión de la crisis en Oriente Próximo. La razón principal para ordenar el ataque esgrimida por el presidente Joe Biden, atajar en el mar Rojo los ataques a mercantes, una gran amenaza para el comercio internacional, puede tener suficiente fundamento en el plano económico, pero es dudoso que lo tenga en el plano estratégico, donde el primer objetivo debería ser detener la guerra de Gaza y evitar que se convierta en un conflicto condenado a una escalada multifrente y cada vez más sin freno.

Es cierto que el tráfico de buques por el mar Rojo representa el 12% del comercio mundial, es una ruta esencial en los intercambios entre Europa y Asia (singularmente China) y es esencial en la exportación de energía. Pero no es menos cierto que pasar de repeler las agresiones a atacar suelo yemení suma nuevos ingredientes para la inestabilidad y la extensión de la guerra más allá de Gaza y de la frontera de Israel con Líbano, donde Hizbulá multiplica sus ataques desde que Israel dio muerte en Beirut a uno de sus líderes y al número dos de Hamás. Sobre los milicianos hutís, de Hizbulá y de Hamás se proyecta la sombra de Irán, que entiende la guerra en curso como una gran oportunidad para consolidar su papel de actor regional de primer orden con un programa nuclear en desarrollo.

La reacción alarmada de Arabia Saudí y otros países árabes es del todo comprensible: temen que el bombardeo angloestadounidense refuerce el llamado eje de resistencia. Lo que puede traducirse en una mayor influencia de China y Rusia en el devenir de la guerra y, simultáneamente, en un empeoramiento de la seguridad que afectará directamente a la marcha de los negocios, hasta la fecha razonablemente a salvo de los efectos de la guerra a pesar del encarecimiento del transporte marítimo y de las primeras carencias en la cadena de suministros en Europa.

A esa multiplicación de las facetas internacionales de la crisis debe añadirse la vista de la demanda por genocidio presentada por Sudáfrica contra Israel en el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) de La Haya, de seguro impacto en la opinión pública, aunque es poco probable que modifique la orientación de las operaciones israelís. Porque con independencia del viejo debate sobre qué cabe definir como genocidio, lo cierto es que la remisión de la demanda a lo establecido en la convención sobre la materia, aprobada por la ONU en 1948, configura un sólido alegato contra los excesos cometidos por Israel al ataque de Hamás.

Hasta que no se dé a conocer la decisión de los jueces de La Haya en la fase preliminar, es imposible medir hasta qué punto puede complicar la defensa de Israel sin fisuras asumida por Estados Unidos en el Consejo de Seguridad y hasta qué punto puede salir o no reforzada la exigencia de un alto el fuego que, sin duda, mitigaría la escalada en ciernes. Porque el TIJ es una instancia judicial creada por la ONU en 1945, reconocida por Israel y Estados Unidos, de probada imparcialidad, sin capacidad ejecutiva, pero capaz de situar el derecho a la vida de los gazatís por delante de cualquier otro razonamiento.

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