Opinión | PARA TI, PARA MÍ

Navidad: Aquellos paisajes y personajes

Es «una oferta de amor y de esperanza» que sigue haciendo Dios a todos los hombres para transformar la humanidad

El tiempo de Adviento agota ya sus últimas jornadas. En este tercer domingo, tradicionalmente llamado «Gaudete», «Alegraos», la Palabra de Dios nos convoca con insistencia a alegrarnos y a considerar dónde está la fuente de nuestra alegría. Para los cristianos, el fundamento de esta alegría es la cercanía del Señor. San Pablo invita a los tesalonicenses a mantener tres actitudes: «La alegría, la constancia en la oración y la «acción de gracias», que así llamaban los primeros cristianos a la Eucaristía. Saber que Dios nos ama y que vivimos en sus manos, y que Él va dirigiendo nuestras vidas es nuestra mayor fuente de alegría. Cercana ya la Navidad, sería interesante recordar aquellos «paisajes y personajes» de la primera Nochebuena del mundo. Recordar el portal de Belén, ya que todos los que nos llamamos cristianos tenemos un rincón de nuestro corazón para esta ciudad. Se diría que hemos vivido en ella de niños, conocemos sus calles, sus casas. En nuestro corazón hay un Belén nevado, con ríos alegres de papel de plata, con pastores que se calientan en torno a rojas hogueras de celofán. La tradición popular ha gustado imaginarse a José de puerta en puerta y de casa en casa, recibiendo negativa tras negativa de sus egoístas parientes. Nada dice de ello el evangelio y la alusión a la posada hace pensar que José no tenía parientes conocidos en Belén y fue directamente con su esposa, a la posada. De nuevo viene a nuestra imaginación la figura del posadero que, con rostro avariento, se asoma a un ventanuco con un farol para examinar la catadura económica de quienes piden albergue. Y le vemos cerrando la ventana, codicioso del rendimiento que pueden producirle sus habitaciones cedidas a huéspedes con mejor presentación. Pobre posadero de Belén, que se pierde el premio gordo de la lotería de la creación, al negarle posada a la Sagrada Familia, aunque su silueta haya quedado grabada para siempre y aparezca en nuestros belenes. José y María prosiguen su búsqueda hasta encontrar el pequeño establo, donde nacería Jesús. José, descrito admirablemente por el papa Francisco, como un «soñador» capaz de aceptar una tarea ardua, tiene mucho que enseñarnos en estos tiempos de desamparo. «José, subraya el Papa, es el hombre que no replica, sino que obedece; es el hombre de la ternura; el hombre capaz de cumplir las promesas y convertirlas en realidad. Me gusta pensar en él como un guardián de las debilidades. José, humilde y justo, nos enseña a confiar en Dios siempre que se acerca a nosotros. José nos enseña a ser obedientes y a dejarnos guiar por Él libremente, a desoir la voz de la duda y del orgullo humano». Estas dos figuras, José y María, las primeras personas que tuvieron fe y acogieron a Jesús, nos introducen en el misterio de la Navidad. José confía totalmente en el mensaje de Dios y hace lo que le indica: no repudia a María sino que se casa con ella. Y María nos ayuda a prepararnos para acoger al Hijo de Dios en nuestra vida cotidiana, en nuestra propia carne. Ambos permitieron que Dios se acercara a ellos. En nuestros «belenes», el delicioso invento de san Francisco de Asís, colocamos tambien otros muchos paisajes y personajes: los riachuelos y las lavanderas, el palacio de Herodes, la llegada de los pastores al portal, los Reyes Magos caminando y la Estrella que los guía, el coro de ángeles, los primeros periodistas que anuncian la Gran Noticia, en la alta madrugada palestina, entonando el primer villancio de la historia: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». La escena que describe el evangelio de los pastores es muy sencilla: «Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso y de noche se turnaban velando sobre su rebaño», según nos relata Lucas. El episodio de los Magos lo cuenta únicamente san Mateo. Su aventura sobrepasa Jerusalén y llegan a Belén. Encontraron al Niño y «cayendo de rodillas lo adoraron». Desde la orilla de su fe, «supieron» que aquel niño era Dios. No se limitaron a mirarlo, no rezaron por compromiso y se fueron sino que lo adoraron, entraron en una comunión personal con Jesús.

Se pregunta Sartre en boca del protagonista de una profunda y sorprendente obra de teatro sobre la Navidad, compuesta y representada en el campo de prisioneros en el que estuvo recluido por los nazis en 1940, qué es lo que podría atraer a Dios de nuestra condición humana para llegar al extremo de asumirla. «¡Un Dios que se transforma en hombre! ¡Qué idiotez!», dice Barioná, que da nombre a la pieza teatral. Bien podría ser Barioná el hombre de hoy en cualquier parte del mundo y de cualquier condición. Un hombre dominado por la insatisfacción vital en medio de la abundancia, en la soledad de su yo, vencido por la violencia o la guerra o absorbido por la falta de perspectivas de futuro. Un hombre incrédulo ante el misterio de Dios. Pero la lógica de nuestro Dios es otra. No sólo se hizo hombre sino que nació en un pesebre porque no había sitio en la posada. La Navidad, en esta hora, es «una oferta de amor y de esperanza», que sigue haciendo Dios a todos los hombres para transformar la humanidad. El obispo de nuestra Diócesis, Demetrio Fernández, nos invita en su felicitación a vivir la Navidad, pidiendo a María que «nos dé ojos para admirar este Misterio», y haciendo suya una hermosa frase de san Juan de Ávila: «Cuando yo veo a una imagen con un Niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas».

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