Opinión | TRIBUNA ABIERTA

Desorientación educativa

Difícil trabajo tienen los docentes queriendo enseñar lo que no saben que tienen que enseñar

Es una realidad fehaciente, con aquiescencia de todas y todos, más allá de las puyas esporádicas de los informes al uso (PISA). La educación ha sido siempre uno de los caballos de batalla de las últimas centurias (liberales), que entendieron siempre, como siempre se había entendido, que la Educación constituye uno de los pilares fundamentales de la formación del ser humano. Desgraciadamente las cuitas de la Historia son largas y dilatadas, ensombrecidas en este panorama por la impronta de las desigualdades económicas, diferencias sociales, interpretaciones existenciales dispares (religión...), etc. Más aún, porque el concepto de la Educación ha estado sujeto, qué duda cabe, a parámetros dispares claramente imbricados con los momentos históricos: conceptos economicistas, humanistas, tecnócratas, etc. Qué decir, la humanidad no ha concordado nunca un concepto unívoco de Educación, con proyecciones muy dispares y distintas en significados. No obstante todo ello, siempre ha existido una línea gruesa que marcaba la Educación en la senda del progreso, de la mejora personal, social y de valores específicamente humanos. En la actualidad los buenos deseos en esa línea son abultados, y la teoría como la práctica parece que la conocemos todas y todos, sin embargo la realidad desmiente desgraciadamente esos postulados. Nuestro mundo es tan complejo, tan dispar y diverso en hechos, que nos envuelven en una sarta contradicciones sin apenas darnos cuenta. Con alegría y contento defendemos nuestro sistema económico (occidental), el estado de derecho y la sociedad de bienestar sin entender mucho que las grandes dosis de riqueza generan también el contrapunto de bolsas inmensas de pobreza para la que cerramos los ojos; los sistemas políticos democráticos, que nos ufanamos en ensalzar, encubren injusticias diarias, guerras y desequilibrios sociales que parecemos no ver; las grandes posibilidades culturales de nuestro mundo son tan gigantescas, ágiles y sibilinas -con los sistemas de comunicación de masas (redes, internet, etc.)-, que apenas si nos percatamos del extraordinario dominio y manipulación que ejercen sobre nosotros en forma dictatorial encauzando nuestras pasiones, anhelos y aspiraciones. En fin, un complejo entramado que sin duda nos confunde bastante. Nuestra errática percepción cognoscitiva y emocional (que es fácilmente manipulable) nos tiene hipnotizados en el espectro bondadoso de un mundo libre, igualitario, culturalmente diverso, etc. Raramente percibimos que estamos realmente solos, desprovistos de ideales, orientación clara, pensamientos individuales y creativos. Pocas veces pensamos en ello. Viene al caso la disquisición, como fácilmente puede entenderse, de la desorientación educativa. Ciertamente el mundo en el que vivimos está definido por poderes que desconocemos. Nuestras vidas, anhelos y proyecciones de futuro vienen conformadas por no se sabe quién. En España, no sé si particularmente (creo que no), el déficit educativo arranca de algo tan básico, y al tiempo tan complejo, como de no saber realmente lo que queremos. Claro está que es fácil criticar la educación de unas décadas o sistemas educativos del pasado -con los que no congraciamos en absoluto valores algunos valores-, pero no somos capaces de definir qué es lo que queremos. Resulta fácil censurar a la juventud la desgana, comportamientos erráticos, falta de valores, etc., pero resulta más difícil entender que nosotros tampoco sabemos por qué senda avanzamos, porque nuestra enseñanza (la que damos y nos imprime la Administración) carece de pilares fuertes de sustentación. La fuerte imposición tecnológica arrasa por doquier, como si fuera un mantra poderoso, pero es simplemente un instrumento; nuestro sistema económico dominante (de capitalismo democrático) juega con nuestras ilusiones; nuestros sistemas políticos alardean de valores sociales y humanos, mostrándonos sin embargo diariamente las tripas de la ineptitud, corrupción, las mentiras más soeces y el engaño trilero de prestigiador de voluntades. El tráfago de sistemas educativos español y las reformas de los últimos años evidencian el desastre sin paliativos de nuestra senda educativa. No sabemos hacia dónde vamos sinceramente: porque la Sociedad entera realmente camina con paso ligero por derroteros desconocidos, confusos, inconsistentes, indefinidos e invadidos por ilusionismo de pandereta. Porque la democracia, la justicia, igualdad social (género, edades, razas...) y demás valores humanos no son ni deben ser simplemente ideales de prédicas programáticas, tienen que ser realidades. Desgraciadamente, decimos, difícil trabajo tienen los docentes queriendo enseñar lo que no saben que tienen que enseñar (v. r.), desconociéndolo asimismo los gerifaltes que se postulan como directores de la Educación, creyendo que tener una versión autorizada del Mundo. Desgraciadamente, caminamos por un desierto sin agua. No sabemos lo que queremos.

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