Opinión | EDITORIAL

Contra una violencia persistente

«Que una parte de la juventud también minimice la gravedad del fenómeno es un fracaso»

Acto en el Ayuntamiento de Córdoba contra la violencia machista y por el 25 N.

Acto en el Ayuntamiento de Córdoba contra la violencia machista y por el 25 N.

El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer es una jornada de protesta y de denuncia. El 25 de noviembre fue elegido por las Naciones Unidas con el ánimo de honrar la memoria de las activistas políticas dominicanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, asesinadas en 1960 por la dictadura de Rafael Trujillo. Fue una de las tantas formas de una violencia que cambia de forma pero persiste insidiosamente en su esencia. Un doloroso estigma para cualquier sociedad que quiera considerarse decente.

Ayer tuvieron lugar en España y en el mundo manifestaciones, concentraciones y acciones de todo tipo para concienciar y exigir que se redoblen los esfuerzos contra esta lacra que no cesa. El número de mujeres asesinadas en España este 2023 ha vuelto a incrementarse en relación con los años más recientes, pero la violencia de género va mucho más allá de las muertes, en numerosas ocasiones a manos de sus parejas o exparejas. Los malos tratos en el ámbito familiar suelen ser sostenidos en el tiempo y suponen un auténtico infierno para la víctima, hasta que esta consigue reunir el valor necesario para denunciar. La violencia psicológica -que adopta múltiples formas- es la más extendida y complicada de detectar, pues es menos evidente y además esta clase de conductas no dejan aún de estar preocupantemente normalizadas. En cuanto a la violencia sexual, hay que tener en cuenta que no solo se produce en sitios apartados a altas horas de la noche, sino que se da con frecuencia en el ámbito doméstico.

Con el tiempo las instituciones han tomado conciencia de la gravedad del fenómeno y, aún con déficits notables, han puesto en marcha medidas diversas, singularmente en el ámbito educativo y de concienciación ciudadana, pero también en otros, como el judicial y policial o el de la detección y ayuda a las víctimas. Sin embargo, la violencia contra la mujer está demostrando una capacidad insospechada para persistir.

Contra lo que todos desearíamos, el fenómeno no es en absoluto ajeno a nuestros jóvenes y adolescentes. Se han repetido en los últimos tiempos las informaciones sobre agresiones sexuales en que tanto las víctimas como los agresores eran adolescentes o preadolescentes. Que también una parte nada desdeñable de ellos considere que la violencia contra la mujer es un invento o minimice su gravedad es inquietante, y debe hacer que nos preguntemos qué está ocurriendo realmente en nuestras sociedades. Que la extrema derecha haya optado por cuestionar la violencia machista y los valores del feminismo como banderín de enganche obliga a contrarrestar sin pausa este discurso y seguir buscando nuevos aliados. No parece que puedan ayudar a ello planteamientos burdos como el de marcarse como objetivo «molestar» a los varones de 40 a 50 años como verbalizó Irene Montero esta semana. Y sí en cambio proporcionar un marco legal sin lagunas ni ambigüedades e intentar reconciliar, y no dividir aún más, el feminismo.

El 25N es un día para llamar al mayor esfuerzo de todos contra esta lacra. En la medida de que se trata de un problema que tiene hondas raíces sociales y culturales, requiere que el combate sea firme y se mantenga en el tiempo. Desde la persecución penal, desde la atención a las víctimas y desde la información incansable que contraste el negacionismo con la evidencia de los hechos.