Opinión | el alegato

Si Montesquieu (y mi padre) levantasen la cabeza

«Setze jutges d’un jutjat mengen fetge d’un penjat». Así comienza el trabalenguas que a los pequeños catalanes les enseñan para demostrarles que ellos, además de más de todo, también tienen más vocales.

«Dieciséis jueces de un juzgado comen hígado de un ahorcado». Con esas «enseñanzas» no es difícil entender lo del ‘lawfare’ o guerra jurídica.

Si los jueces se comen los hígados de los ahorcados, ¿cómo no van a acosar a los pobres políticos independentistas catalanes para imputarles unos delitos que no han cometido, revistiendo sus sentencias condenatorias de una falsa legalidad a fin de generar el rechazo y repudio popular?

Dadas tales premisas y con las últimas manifestaciones vertidas por los independentistas catalanes, con anuencia de su seguro servidor Pedro Sánchez, sobre el poder judicial, solo puedo decir que reitero lo que llevo años preguntándome: si muchos catalanes siempre han manifestado un natural rechazo por la judicatura, ¿por qué se ha mantenido en su territorio la Escuela Judicial?, ¿por qué en cada promoción de jueces que salía, haciendo falta cubrir plazas en toda España, más del 90% eran destinados en Cataluña? Claro que lo sé, pero prefiero que cada cual saque sus conclusiones. No obstante, así se logra entender parte del trabalenguas, porque no acierto a imaginar ningún juzgado del resto de España en el pueda haber dieciséis jueces.

Todas las instituciones del país han manifestado su rechazo a esta injerencia del Ejecutivo en el poder judicial, resultando inadmisible que en un Estado de derecho la independencia judicial se vea supervisada por otros poderes del Estado. Al Sr. Sánchez le da igual. Solo le importa su investidura al precio que sea, tanto como que los declarados culpables de la comisión de un delito hayan diseñado a la carta su propia amnistía, queden limpios y además aparezcan como víctimas de un Estado opresor y de un poder judicial fascista.

Recuerdo que de niña mi padre, cuando yo le discutía algo diciéndole que por qué tenía él razón, me decía que porque él era el hermano chico de Dios. Ignoraba que alguien vendría que pese al disentir de todo un país, llevaría su propósito adelante, porque primero está él y después el hermano mayor de mi padre.

Claro que también decía mi progenitor, si yo seguía insistiendo, algo sobre un tonto y una linde.

* Abogada especialista en Derecho del Trabajo y Seguridad Social

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