Opinión | PUNTO DE VISTA

Muslos en Instagram

Me estoy quitando de Instagram. Nada más que me sale publicidad de infalibles métodos gimnásticos para lograr un terso abdomen, anuncios de coloridas y costosas zapatillas, cuentas de restaurantes con chuletones inverosímiles y señoras con inopinada tendencia a lucir paisajes y contramuslos. A lo mejor es un reflejo de mis necesidades. O aficiones. Los teléfonos escuchan. Lo que les conviene. Pero yo prefiero ver las evoluciones de mis amigos en sus viajes, su felicidad en París, sus negocios en Londres, sus hijos comiendo hamburguesas en Brazatortas. Las redes ya no son lo que eran. O es uno el que cambia. Pasé del Facebook, más familiar, con más barbacoas dominicales y más sobrinos ganando premios, al Twitter, donde hay que asomarse con casco y donde si enseñas la jeta o un texto que crees puede provocar una sonrisa y una reflexión en alguien, te puede salir un resentido mentándote a la madre o quejándose con insultos por algo de lo que tú no tienes la culpa. Gente de esa tal vez entristecida por la amargura que ha de sentirse al ser a la vez tonto y anónimo. Instagram fue el último grito. El que dabas al ver cómo no aumentaba tu número de seguidores. Por mucho que quieras engañar al algoritmo, el algoritmo trata de venderte algo, un vuelo, un hotel, una americana, unos zapatos. Y tú lo que quieres es ver a esos influencers con estilo, esos desayunos aguacatosos, las gracietas de tu actor favorito, amigos que se hacen selfis e incluso a un político amiguete que anda dando carreras de buena mañana con impolutas camisetas de velocípedo. En cualquier caso, es casi una ley universalmente aceptada que toda reflexión sobre las redes sociales, incluida esta, puede ser una tontuna fruto de no saber utilizarlas. Si bien, viendo cómo las utilizan algunos, no es raro sentirte maestro community. Manager, incluso. Todo va enfocado a que acabe en Tik Tok, donde soy voyeur y donde los vídeos banales me absorben y alegran las esperas en el dentista, el asesor fiscal, el filatélico o el restaurante. Mis favoritos ahora son unos en los que la gente, en realidad bailarines profesionales, bailan en escenarios urbanos, en plena calle. Sus gráciles evoluciones al compás del pop clasicón proporcionan al ánimo propio una suerte de ligereza con briznas de euforia que a veces te predispone mejor a afrontar un día que pudiera plantearse pleno de engorrosas gestiones, pelmas varios o trances desagradables. Como sufrir el retraso de un tren o tratar de hacer en persona una gestión en un banco. Algunas sucursales abren muy temprano para así poderte no atender durante más tiempo. También ellos, los bancos, se han trasladado a la red. Todo quieren que lo hagas por la app. Para someterte con aplicación.

** Periodista

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