Opinión | todas direcciones

Sánchez

Hace no mucho, cuando Vox le dio un poco de vidilla al venerable Ramón Tamames y a los compositores de memes con su patriótica moción de censura, los medios de comunicación rescataron de las hemerotecas a Antonio Hernández Mancha, parlamentario autonómico por Córdoba en sus inicios y efímero mandamás de Alianza Popular. En 1987 este buen hombre pensó que era oportuna una moción de censura contra Felipe González, por aquel entonces con mayoría absoluta. Fue el principio del fin en la palestra de aquel prometedor jurista con cara de conductor de seiscientos enfadado. A Hernández Mancha la gente no lo llamaba Hernández. A Hernández Mancha la gente lo llamaba Hernández Mancha. Es una de las cosas que puede suceder cuando el primer apellido del personaje en cuestión es bastante común, que el personal use los dos apellidos para nombrarlo porque el inicial ni fu ni fa. Por eso Gutiérrez Mellado (la enclenque encarnación de la dignidad frente a los secuaces de Tejero) era Gutiérrez Mellado y no Gutiérrez. Por eso el actual presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, es Fernández Vara y no Fernández. Por eso el actual presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla (llamadme Juanma), es Moreno Bonilla. Por eso Paco Martínez Soria (abuelo ‘made in Spain’) era Martínez Soria. Por eso Arturo Pérez Reverte (yo he visto cosas que vosotros no creeríais) es Pérez Reverte. Por eso Federico Jiménez Losantos (un hombre sin complejos, nuestro Míster Wonderful de cada amanecer radiofónico) es Jiménez Losantos. Porque apellidarse Gutiérrez o Fernández o Moreno o Martínez o Pérez o Jiménez en España es cosa tan de poca chicha que suena flojito y necesita amplificación. En cambio, cuando el primer apellido tiene una sonoridad distintiva no es necesario el segundo: Fraga era Fraga, Guerra es Guerra, Rajoy es Rajoy y Gabilondo es Gabilondo.

Otras veces sucede que el segundo apellido se come al primero por la atonía identificativa de este. Por eso José Luis García Berlanga era Berlanga. Por eso Fernando García Tola era Tola. Por eso Ana García Obregón es la Obregón. Por eso Antonio García Ferreras es Ferreras. Por eso Álvarez Cascos es Cascos y Ruiz Gallardón es Gallardón y Rodríguez Zapatero es Zapatero.

Y si el segundo apellido no da para tanto porque es igual de plano que el primero, se puede recurrir al nombre a secas, si bien aquí tal vez la figura aludida debe estar envuelta en eso tan etéreo que llaman carisma (bueno, Jorge Javier Vázquez es Jorge Javier y no sé yo si lo suyo es carisma). Total, el caso es que Felipe González Márquez es Felipe y Encarna Sánchez Jiménez era Encarna (Encarna de Noche, con sus empanadillas y con su chico haciendo la mili en Móstoles). Y hablando de Sánchez: el nombre de nuestro actual presidente del Gobierno es Pedro Sánchez Pérez-Castejón, pero nadie lo llama Pedro ni Pérez-Castejón ni Castejón (en cambio a Fernando Sánchez Dragó sí lo llamaban Sánchez Dragó o Dragó). Al presidente todo el mundo lo llama Pedro Sánchez. O Sánchez, simplemente, sin más, como a ese compañero de clase o de la mili del que no queda más que un vago recuerdo. Sánchez a secas, como si diera pereza mencionarlo con cierta distinción porque más pronto que tarde será cosa del pasado (las malas lenguas aseguraban que iba a ser Pedro el Breve). Hay que ver. Cuánta injusticia. Con lo que el jefe del Ejecutivo está haciendo por España. Está visto que en este país no se valora a los estadistas que saben mantener su palabra («con Bildu, se lo repito, no vamos a pactar»). Está visto que en este país no se reconoce a las personas que son fieles a unos principios contra viento y marea.

*Profesor

Suscríbete para seguir leyendo