Opinión | ELECCIONES MUNICIPALES 2023

Criando malvas

No hay malas hierbas: hay malos gobernantes

El tiempo electoral debiera ser un tiempo de deseo. Un paréntesis disruptivo que invitase a pensar cuerpo con cuerpo la ciudad que anhelamos. De entre los afanes que me asaltan, me quedo con el de ver a las fuerzas vivas de Córdoba criando malvas: Ayuntamiento, Consejo del Movimiento Ciudadano, Obispado, parcelistas, promotores de campos de golf, adeptos a la Base Logística. Todos criando malvas. Pero que no se me malinterprete: no se desea mal a nadie, justo lo contrario. Porque si una ciudad sabe acoger las malvas que medran en alcorques y solares, está preparada para afrontar los retos ecosociales que se avecinan.

Dice J. Ramón Gómez en su libro Botánica cercana que la malva fue querida desde antiguo por sus propiedades curativas, de las que da cuenta el refrán «con un huerto y un malvar, hay medicinas en el hogar». Y decir de alguien que era un malva lo señalaba como dadivoso. De ese saber sin academia que se sabía acompañar por las naturalezas vecinas apenas queda nada. Por el contrario, se asiste a una campaña de calumnia y clausura de la flora espontánea, a la que sin razón se identifica con insalubridad y abandono. Ha poco que el alcalde se jactaba de haber eliminado millones de kilos de «malas hierbas». Y algunos colectivos vecinales, bienintencionados, pero de obvia ignorancia ecosistémica, ante el desamparo de sus barrios, exigen mano dura contra sus vecindades botánicas. En una suerte de desvío cognitivo y político, los males de una ciudad cada vez más sucia, ruidosa e irrespirable, y profundamente desigual, se resuelven acosando al arbolado, con podas y talas arbitrarias, y sellando alcorques. A Córdoba solo le interesan las plantas que atraen turistas, no polinizadores. Pero en estos tiempos inciertos, los primeros serán historia sin los segundos.

¿Malas hierbas? ¿A qué esta fama? En primer lugar, la flora espontánea resulta incómoda porque se nos parece: resiliente, ha aprendido a sobrevivir en condiciones extremas. Es en su oportunismo donde reconocemos lo mejor y lo peor de nuestra especie. Además, desde su tesón, desafía la convicción de que lo controlamos todo. Nunca invitadas, siempre presentes, logran que no olvidemos que la ciudad es «un bosque dormido» (J. R. Gómez). Y alumbra modelos urbanos que no interesan al capital especulativo, adicto al expolio de suelo: una Córdoba porosa, vivero de vínculos y cuidados; contenida contra la carrera inmobiliaria per se; más interesada en corredores que en cinturones verdes; musa de lugares no de abandono, sino para abandonarse y ensayar modos de felicidad más allá de lo humano.

No hay malas hierbas: hay malos gobernantes. Así que alentemos malvas. 

* Profesor de Literatura en el IES Averroes

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