Opinión | In memoriam

Elogio de un servidor de la cultura

Carmelo Casaño recuerda la trayectoria de Rafael Mir Jordano, fallecido este lunes

A los 93 años, tras vivir una ancianidad luminosa, se ha apagado Rafael Mir Jordano, un servidor de la cultura en sus variadas vertientes, que siempre supo, desde muy joven, cuando dirigió dos publicaciones literarias -en Madrid ‘Arquero de Poesía’ y en Córdoba la ‘Revista del Mediodía’-, que todo lo que no es bilogía es cultura y, al mismo tiempo, como nuestro admirado Herman Hesse, que en cada uno de los humanos una vez y nunca más se entrelazan los fenómenos del mundo de una manera singular, irrepetible, «mientras va tomando forma el espíritu, padece la criatura y es crucificado un redentor».

En su universo proteico e inverosímil se hallaba, en primer término, la profesionalidad jurídica que le venía de estirpe y que supo dirigir hacia la pura pedagogía pues, además de haber sido profesor de Derecho en la UCO, en su bufete se adiestraron numerosos abogados y juristas, alcanzando el punto culminante con su hija Cristina, primera mujer que es magistrada en la Audiencia de Córdoba.

En el estricto terreno literario, sus inquietudes abarcaron todos los géneros: teatro, novela, memorias, artículos de prensa... ocupando la cima sus cuentos innumerables, recogidos al completo en una cuidada  edición. Actividad que inició con ‘Cayumbo’, criatura impresa que tuvo amplio eco nacional allá por los años 50 del siglo pasado, en la plenitud de la dictadura. Mientras vivía en aquel desierto cofundó el cine-club del Círculo de la Amistad que se convirtió en un oasis para el aliento de las pequeñas libertades. También promocionó que en dicho lugar se celebraran las Conversaciones Nacionales de Teatro, cuya libertad de expresión en el ejercicio de la crítica, tuvo tanta resonancia exterior que el régimen prohibió el siguiente encuentro programado. Más tarde, en plena madurez, escribió la que es para nosotros su obra literaria cardinal: el relato ‘Furtivos’, pleno de concisión, realismo y transparencia.

Un lugar muy destacado ocupan sus cientos de artículos periodísticos -la mayoría en este diario- sobre las más variadas materias en los que siempre estuvo presente la razón práctica; es decir, la oportunidad sin brizna de oportunismo, nimbada, como su conversación, de un humor taraceado de ironía que le sirvió para combatir actitudes casposas, mentalidades antediluvianas, fantoches deplorables y credos reaccionarios. Tomó con sus artículos una clara postura en la controversia sobre la titularidad de la Mezquita-Catedral, pues entendía -nosotros pensamos lo mismo-, sin la menor malevolencia o sectarismo, desde su cosmovisión de la vida enraizada en la Historia, que era inimaginable que un monumento Patrimonio de la Humanidad, fuese de propiedad privada. 

En un orden estrictamente administrativo, cabe destacar que fue, al advenir la democracia, el primer delegado del Ministerio de Cultura y que, pese a las penurias económicas, resultó un adalid de poner en valor las ruinas califales de Medina Azahara. Y si nos detenemos en la ruta de sus aficiones hay que nombrar, al menos, la fotografía, la tauromaquia, la cinegética y la música.

Como ante una pluralidad de actividades, tal las expuestas a galope, no queremos emplear un tópico manido, vamos a eludir la afirmación de que fue un personaje de identidad renacentista. Por eso, preferimos resumir sus abundantes tareas y menesteres, comparándolo con esos diamantes en los que tallan numerosas facetas.

Aunque Rafael Mir siempre se consideró un ciudadano del mundo -había recorrido los continentes de la Tierra-, en todo momento y lugar, presumió de su auténtico cordobesismo enterizo que profesaba por tradición y deseo. De él se puede asegurar, en línea con diversos autores de la generación del 98 (Maeztu, Azorín), que no envidió nunca la agilidad del pájaro que vuela donde quiere, sino el destino del árbol que -como así ha sido- muere donde nace. 

*Escritor

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