Opinión | ir de propio

Hola, ¿eres simpático?

Dicen que el miedo mueve al mundo, aunque también vivimos alejándolo de nosotros

Hoy vas a ser mi ángel de la guarda. Hace unos días, A, me paró por la calle. Es uno de esos chicos y chicas que cada día intentan captar nuestra atención para que nos hagamos socios de las múltiples oenegés que quieren mejorar el mundo. Me sonrió con unos dientes blanquísimos y me dio las gracias por pararme (no suelo hacerlo), comenzando a lanzar un discurso tan preparado como estereotipado, intentando conectar conmigo.

Mientras lo escuchaba sentí incomodidad y un poco de vergüenza, porque parecíamos dos actores ensayando una escena de teatro. Allí estaba él, forzando la simpatía, aunque estoy segura de que será muy simpático, pero obligado por el marketing a ser cercano, eficiente, divertido, comprometido. Si me das tus datos, contará como que hoy he trabajado un poco, me dijo, y también me estarás ayudando a mí. Allí estaba yo, sintiendo cómo se mezclaba el objeto con el sujeto, la solidaridad con la precariedad. A, me iba preguntando a qué me dedicaba, si tenía hijos, si me gustaba cocinar. Todo con un tono súper simpático, como si fuera un amigo de toda la vida o alguien que tenía interés genuino en mí. Sentí miedo de cuántas veces interactuamos así, obligados por lo que se espera, o por lo que nos dicen que tenemos que hacer.

Creo que hay pocas cosas peores que el hecho de que no te importe la vida de alguien y tengas que hacer como si te importase. Me dio un abrazo forzado al irse, y fue muy extraño, pensé en la película Suro y en árboles a los que se les saca el corcho. Árboles utilitarios, eso éramos en ese momento A, y yo.

Esa misma tarde, al llegar a casa me encontré a un vecino muy joven, que acababa de darle un golpe a un coche en la misma calle en la que vivo. El chico, que por su edad acabaría de sacarse el carnet, estaba con su abuela, que insistía en que se colocase al lado de su coche, un coche nuevo, alta gama, de esos que no se compran con nóminas de encuestador ni de captador de socios de oenegés, para hacerle una foto. Tu primer golpe. Con mi móvil, abuela, que tiene mejor cámara. Y ahí posó el muchacho, para una foto que quizás luego la abuela compartió con sus amigas, o que él mismo subiría a redes. Sin un ápice de miedo, de nerviosismo por el golpe.

Pilar Adón, escritora, decía en una entrevista que escribía convencida de que el miedo mueve al mundo. Y yo digo que vivimos alejándolo, pero que deberíamos sentirlo ante el marketing agresivo que obliga a chicos como A, a ensayar la felicidad efímera y a chicos como mi vecino a no tenerlo.

*Bibliotecaria y escritora

Suscríbete para seguir leyendo