Opinión | PUNTO Y COMA

Ella sí puede

Es lugar común comenzar a escribir los artículos de opinión aludiendo a una anécdota o vivencia en la que la autora ha experimentado algo que la ha sacado de quicio. Allá vamos. Hace pocos días encontré a una alumna de Bachillerato llorando en un pasillo del instituto. Al preguntarle qué le ocurría, me relató que había desarrollado un proyecto (para cualquier asignatura) consistente en elaborar un cronograma personal de una semana. Al recibir las calificaciones, la joven quedó petrificada cuando su nota era «suspenso» debido a «falta de veracidad y realismo en la tarea». «Este es mi día a día, profesora, sí es real lo que ahí reflejo», me explicó. Me lo creo, mi ritmo de vida siempre ha sido muy parecido al tuyo, le contesté. Y empaticé con su sentimiento de impotencia, que aflora en mí cada vez que me veo en la necesidad de explicar que, en ocasiones, yo, ella, él, algunos, sí conseguimos llegar a metas volantes en el tiempo en que otros, por distintos motivos, piensan si arrancan o no motores.

A las 7 de la mañana suena el despertador. Media hora más tarde estoy saliendo por la puerta para ir a trabajar. Antes de entrar al instituto, dejo a mi hijo en su cole. Paso las mañanas dando clases y, en los huecos libres, corrijo y preparo nuevos temas. En casa, las tareas están repartidas y a mí no me corresponde cocinar, pero sí limpiar y, a veces, planchar. Después de comer, aprovecho el silencio de la siesta para, dependiendo del día, escribir, leer, estudiar idiomas o hacer deporte. Además, está la gestión económica y logística de la familia, nuestra propia empresa. Pasan las semanas y los meses, y voy cumpliendo lo que recoge una agenda que probablemente también sería calificada de poco real y merecedora de un suspenso. Porque, al final, el suspenso va a ser lo diferente, aunque lo que difiere de lo que abunda sea heroico y admirable a todas luces. Porque, si la mayoría se toca las narices por las tardes, no es real que haya quien estudie, entrene, investigue o cosa mientras los demás duermen. Porque, si existe la posibilidad de llegar aparentemente muy lejos sin partirse el lomo -véase la tesis doctoral del presidente del Gobierno o el currículo de cualquier ministro o ministra, igual da-, no es verdad que existan todavía alumnos que decidan recorrer el camino del esfuerzo y sacrificio abnegados.

Esto es muy sencillo: puedes seguir criticando a quien llega donde tú jamás has intentado llegar o tienes la opción de adoptar el punto de vista de ‘si ella puede, yo también puedo’. Ella sí puede dormir 8 horas al día y comerse los días; a mi edad, 7 horas me bastan. Ella sí puede sacar sobresalientes, a pesar de que ocupa sus tardes en prepararse para cumplir uno de sus sueños: ser artista; yo puedo seguir estudiando y completando pequeños o grandes retos, a pesar de que debo ocupar gran parte de mis jornadas vespertinas en eso que ahora llaman conciliar (‘hacer compatibles dos o más cosas’, las que haga falta). Ella sí puede soñar con llegar a lo más alto, pues para eso se deja literalmente la piel y la voz en el gimnasio y en la sala de canto cada tarde; yo puedo continuar persiguiendo mis sueños, aunque en España digan que todos los funcionarios se echan a dormir cuando consiguen un puesto que puede ser -depende de cada uno- vitalicio. Ella sí puede enamorarse, aunque digan que «está muy ocupada para esas cosas»; yo sí he podido enamorarme y formar una familia mientras completaba otros caminos, a pesar de que muchas voces pretendían convencerme de que ya solo había un camino trazado para mí. Es muy fácil: ella sí puede; yo también puedo.

** Lingüista

Suscríbete para seguir leyendo