Opinión | FORO ROMANO

Sol de mediodía sobre el Puente Romano

Se trata de uno de los 15 en todo el mundo que, según la revista ‘National Geographic’, hay que cruzar alguna vez en la vida

Varias personas caminan bien ataviados para el frío por el Puente Romano de Córdoba.

Varias personas caminan bien ataviados para el frío por el Puente Romano de Córdoba. / A.J. González

Este sol de mediodía en Córdoba pasando por las calles Hinojo y Parras nos recuerda la diferencia de estaciones en esta ciudad de los patios. Allí al fondo sobresale en belleza religiosa la fachada de San Agustín, una iglesia de contrastes con historia, que en su interior conserva ese clima de los espacios sagrados que pretende parecerse al de los cielos, donde sol y sombra se convierten en humo de nubes detrás del cual se esconden Dios y los ángeles que pintaba Ginés Liébana, del que una parte de sus cenizas reposan ya en Córdoba. Los humanos se sientan en las terrazas de la plaza de la iglesia, o de la taberna Las Beatillas, donde estuvo Lorca, al lado de donde Rikardo González Mestre muestra su arte en libros y pinturas en su librería Utopía, y toman el sol mientras beben un medio o una caña, que son cosas –aunque divinas- más de la tierra. Este sol de mediodía, que calienta las terrazas de la Córdoba ardiente, nos recuerda que no todo es infierno de temperaturas altas y que la ciudad sabe construir cielos que duran poco pero que evocan aquellos tiempos de invierno donde nos poníamos abrigos largos y tomar el sol se convertía en una necesidad para evitarnos sabañones y grietas por el cuerpo.

Es lo que tiene este frío invierno que nos ha tocado estos días, que valora caminar por las aceras con sol y busca rincones y espacios donde los recovecos almacenan temperaturas tan agradables como la belleza, que nos ayuda a percibir los paisajes, ya sean amaneceres, atardeceres o el mismo cielo como sensaciones placenteras. Es lo que debe ocurrir con ese espacio que va desde la Calahorra a la Mezquita, el Puente Romano, que debe tener tanta belleza que la revista  National Geographic ha escrito que es uno de los 15 del mundo que hay que cruzar una vez en la vida. Bien lo saben los cordobeses andariegos y todos los españoles que querían, al venir del Sur, pasar por Córdoba para ir a Madrid. Veinte siglos, que se dice pronto, tuvieron que pasar de forma obligada por esta pasarela los viajeros que desde Sevilla o Algeciras querían subir más al centro de España. Lo mismo que los seminaristas de San Pelagio, que para ir a jugar al fútbol al estadio San Eulogio teníamos que cruzar el Puente Romano, ya fuera con el frío de los inviernos infantiles o con el calor de las siestas de verano en las que la pastilla de chocolate que nos daban de merendilla se nos derretía en el bolsillo de la sotana. Como no teníamos madres que nos riñeran.

Para esa época ya habían construido el segundo puente de Córdoba, el Nuevo, en 1953, pero no era lo mismo ir a jugar al fútbol cruzando por la historia que caminar por el Sector Sur, donde todavía no había casi nada, ni siquiera el Polideportivo de la Juventud –que en los años 70 y 80 fue el único recinto de este tipo de la ciudad--, sólo la Avenida de Fray Albino, desde la Calahorra al Puente Nuevo, donde ahora está el Hotel Hesperia, famosa por la caliente leyenda de sus noches. Algunos cordobeses más intrépidos o con más prisa cruzaban el Guadalquivir en barca, desde Miraflores a la Ribera, entre las ocho de la mañana a las diez de la noche; los viajes los hacían entre diez y doce personas y el billete costaba, en 1970, que es cuando cierra, una peseta, ya fuera para mujeres que iban a hacer la compra a la Plaza de la Corredera o para los hombres que los domingos que jugaba el Córdoba iban al viejo Arcángel. Otros de los 15 puentes por los que hay que pasar una vez en la vida, según la revista National Geographic, son el Veccio, de Florencia; el Puente Carlos, de Praga, ciudad controlada por la Unión Soviética hasta 1989, en cuya Plaza Vieja comí un plato de lentejas por menos de una peseta cuando era Checoslovaquia, donde en su Callejón del Oro había vivido Franz Kafka; Millenium Bridge, de Londres; Puente de Brooklyn, en Nueva York; de Alexander III, en París; de Rialto, en Venecia; Puente de Gálata, en Estambul; de las Cadenas, en Budapest; y Puente 25 de Abril, en Lisboa. Un itinerario de emociones que ya he recorrido y que recuerdo con este sol de mediodía en San Agustín, un histórico barrio de la ciudad de los patios, donde Lorca vino a llenarse de su belleza.

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