Opinión | LA RAZÓN MANDA

Cuando empieza la vejez

Luis Mapelli, un vitalista liberal, aseguraba que tomamos conciencia de la vejez muy temprano

Para la psicología evolutiva la vejez es la etapa postrera de la existencia personal, con más desventuras que ventajas objetivas aunque, en nuestro tiempo, se yuxtaponen los ensalzamientos retóricos de la usualmente llamada «tercera edad» --eufemismo de la aproximación a la vejez--, con dejar en las manos subalternas del Estado la atención de las necesidades crecientes que requerimos quienes estamos en el declive de la vida, a un paso del apaga y vámonos. Un planteamiento muy propio del utilitarismo consumista en el que están inmersas las sociedades del primer mundo que han olvidado la advertencia de Nietzsche: «Desconfiad del Estado, que es el más frío de los monstruos fríos».

Pero, hoy, nuestra idea es algo más pedestre que elucubrar sobre el envejecimiento: la senectud clásica. Nos limitaremos, burla burlando, a ser posible con briznas de humor, a escribir las delicias decadentes de la vejez que --eso sí-- cada día retrasa más su llegada. Basta conocer que nuestros antecesores caníbales de Atapuerca, con veinte años --lo que ahora vive un perro o un gato-- ya estaban astrosos, desdentados, artríticos, para el arrastre. En consecuencia, ofreceremos un anecdotario breve con cuatro párrafos.

UNO. Nuestro maestro Luis Mapelli, un vitalista liberal que a diario leía a Séneca, aseguraba que tomamos conciencia de la vejez muy temprano. Exactamente cuando un día de feria requiebras a una joven deslumbrante y ella, sonriendo, te devuelve el cumplido asegurando que te conoce mucho porque es muy amiga de tu hijo.

DOS. En recordada ocasión, durante la sobremesa de las reuniones anuales de condiscípulos, dialogando con Rafael Sarazá, llegamos a la conclusión inexorable de que la vejez nos ha atrapado sin remedio cuando se nos cae un euro al suelo y tenemos que dejarlo allí pues nos resulta imposible recogerlo, llegando a temer, si nos agachamos, que terminaremos capotando.

TRES. Para el expresidente mexicano José López Portillo, la vejez aparece, según le contó al presidente del Congreso Landelino Lavilla tras una visita institucional, cuando la vida alcanza la tercera etapa. La cosa fue así: concluida la ceremonia política, Landelino lo invitó a almorzar, alabando mucho las viandas que iban a tomar en un «estrellado» restaurante. Entonces, López Portillo le dijo a su anfitrión que hablar tan bien de la comida era señal de que se hallaba en la segunda etapa de la vida, porque en Jalisco se dice que la existencia del hombre atraviesa tres etapas. En la primera se reconoce satisfecho de haber hecho muy bien el amor; en la segunda, la madurez, se jacta de lo bien que ha comido; y, cuando llega la tercera etapa, la vejez, se siente orgulloso de lo bien que ha meado.

CUATRO. La última mini anécdota corresponde a la novelista catalana Milena Busquet que en ‘También esto pasa’, gran éxito editorial hace veintitantos años --llegaron a compararla con ‘Buenos días, tristeza’ de François Sagan--, escribió que la vejez, tal le decía su abuela, «consigue la plenitud cuando adquirimos certeza de que lo que haces o cuentas ya no le interesa a nadie». Algo que empieza a preocuparnos, porque se asemeja bastante a lo que les sucedía a nuestros abuelos cuando narraban sus interminables batallitas, que producían en los oyentes el mismo efecto que una paliza.

* Escritor

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