Opinión | EL TRIÁNGULO

Las buenas costumbres

«Hay costumbres rotas que hay que hilvanar de nuevo y otras que se han instaurado y que habría que desechar»

Las buenas costumbres son como las buenas personas: necesarias y cargadas de urgencia. Dar las gracias es una buena costumbre, aunque no sea necesario, como lo es sonreír cuando te sonríen, aunque ni siquiera conozcas a esa persona anónima de la que no olvidarás el rostro. También es una buena costumbre dar los buenos días y despedir el día con un recogido buenas noches y hay una buena costumbre muy en desuso que es el saber escuchar, no por ignorancia o por no saber qué decir, sino por el simple placer de escuchar sin atropellar las palabras del otro y dejando que los tiempos sean de ambos. No sé por qué, pero a pesar de su buena fama, nunca me pareció una buena costumbre dar la mano, a no ser que ese estrechamiento diga algo que no pueden decir las palabras o un beso, algo así como eres de los míos y tú y yo lo sabemos y el resto sabe que es así, aunque nunca lo entienda. Hay miradas que desvelan la buena costumbre de amar y otras son en sí una buena costumbre porque destilan paz y complicidad y te ayudan en un momento en el que no sabes cómo mirar, ni a quién.

Me gustan las costumbres que los años hacen buenas, como un copa de vino al atardecer o la sonrisa de la abuela al fondo del pasillo palpando las paredes para reconocer que esa es su casa y que, a pesar de los ojos inútiles y los años pesados, esa sigue siendo su casa y así puede sentirse tranquila y dormir acurrucada sin sentir fatiga ni miedo. La costumbre de recorrer los mismos lugares es la mejor costumbre para no sentirse desamparado y la de viajar a miles de kilómetros la mejor para desusar todo lo usado. Hay costumbres que son como un jarrón de porcelana y se hacen añicos si las tocas con un poco de violencia y otras son ruidosas y se quedan a vivir sin haber sido invitadas. Las hay de todos los colores y de diversos sabores y algunas son tercamente necesarias, como cuando mi abuela decía: «vamos de visita», e ir de visita era una costumbre necesaria para los otros y para nosotras, porque en ese ir de visita se encerraba una acción, un sentimiento y un fin. Y luego la visita podía deparar cualquier cosa y esa cosa siempre tenía que ver con la vida fugaz y hermosa y con las historias que sabíamos escuchar y apreciar.

Hay una buena costumbre en la despedida y la hay en esas palabras que suenan bajito, porque si rugieran arañarían y harían mucho daño. Hay costumbres rotas que hay que hilvanar de nuevo y otras que se han instaurado que habría que desechar y entre todas nos queda la buena costumbre de imitar a las buenas costumbres.

*Periodista y escritora

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