Opinión | HOY

Nuestras niñas y niños

Los tenemos a nuestro alrededor, como los ángeles, como los vilanos en primavera, como las golondrinas al amanecer. Nos miran en el autobús, en el supermercado, por la calle, en el parque, cuando tienen frío, cuando tienen miedo, cuando escuchan nuestras preocupaciones y, sobre todo, cuando nos vamos de su lado. Por eso siempre esperan de nosotros que bajemos a su altura con una mirada, con una sonrisa, con el amor. Son una muestra continua de Navidad, porque ellos sí creen en sus sueños. A veces, cuando los observo, me imagino el tamaño de su corazoncito, ahí latiendo, latiendo, pequeño, y veo sus manecitas, su flequillo y su mundo. Ellos sí que creen en que los sueños se hacen realidad, para vivir en ellos y que su tiempo se deslice feliz. Ellos somos nosotros, allá hace tantos años ya casi olvidados, casi negados. Ahora está en nuestras manos llenar sus almas con los mismos recuerdos dulces que llevamos de cuando fuimos niños y vivían nuestros padres, nuestros abuelos, y eran todo nuestro mundo, y creíamos en todo por pura inocencia, por puro sentimiento. Los juegos, los cuentos, el belén, los Reyes Magos, cuando desde nuestra melancolía de ahora éramos todo felices, nos sentíamos cobijados y seguros, porque creíamos que el tiempo no iba a transcurrir nunca y que siempre vivirían las almas que nos protegían con su paz. No dejemos esta maravillosa posibilidad de dar amor. No olvidemos que somos lo que fueron con nosotros en la infancia; que tal como nos trataron de niños así nos tratamos a nosotros mismos y tratamos a los demás. Ahora somos nosotros los que para siempre grabamos en sus corazones recuerdos felices o infelices. Sólo se trata de estar con ellos. Ellos sólo necesitan que bajemos a su lado, a su mundo y su estatura. Apaguemos el móvil, la televisión, todo ese ajetreo febril en el que cada día aturdimos nuestro tiempo. No se trata de comprarles cosas, sino de quedarnos a su lado. A los adultos nos ocurre como a ellos; sólo buscamos compañía, comunicación y amor. Los niños no quieren nuestro dinero, quieren nuestro tiempo; quieren hablar con nosotros en un juego, un cuento, un paseo. Pongamos en su alma una estela de ternura y de felicidad para cuando la vida los deje solos y nos llamen en el extravío de sus recuerdos.

 ** Escritor

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